Antes de ser acusada, tengo que admitir que no pensaba que estuviera frente a una novela tan trágica. Llegué a imaginar, incluso, en el transcurso de la lectura, que tal vez sería una historia con un final medianamente feliz. Pero me encontré con la historia un tanto desgarradora que me voy a proponer a reseñar a continuación, como siempre, en un aparte para las personas que desean leer la historia (sin spoilers) y en otro contándoles el resumen de la misma.
Me parece importante también mencionar que antes sólo había leído una
vez a Zola, pues me encontré con un cuento suyo titulado “Por una noche de
amor”, que me dejó una buena impresión de su narrativa, y no me sienta para
nada mal si se tiene en cuenta mi fijación excesiva por los franceses del siglo
XIX.
Me llamó también la atención el hecho de que la contraportada me trajo a
la memoria historias como Manon Lescaut, Trilby, La dama de las camelias y
hasta Madame Bovary (algunas de las cuales reseñé previamente).
💖 Si vas a leer la novela:
De base nos encontramos con dos historias en paralelo: la de Guillermo y
la de Magdalena. El autor nos relata con detalle las circunstancias de su
crianza y su adolescencia, y que dieron paso a la formación de su marcado
carácter (totalmente dispar), justo hasta el momento en el que se conocieron.
Una vez ambos relacionados, viven cada a uno a su manera, de acuerdo con
su personalidad, el hecho de ir encariñándose mutuamente. Así, pasan juntos
agradables años hasta que, como es de esperarse, llegan algunos sucesos
sumamente incómodos, los cuales están marcados por la figura de Jacobo, con
quien cada uno tiene una historia en particular.
Así, la pareja se ve impelida a tomar determinadas decisiones,
evidenciándose siempre de manera hasta enfermiza los rasgos más marcados de la
personalidad de cada uno. Justo en virtud de esto se define el curso de la
historia, en medio de la precisión de la que hace gala el autor para describir
el universo interno de los protagonistas (que, a mi parecer, cobra total
importancia en comparación con el mismo escenario físico), sin que recayera
dicho protagonismo de modo desequilibrado entre ambos (independientemente del
nombre de la obra).
Llega uno, incluso, a sentir enorme empatía a pesar de que el actuar de
Magdalena y Guillermo fuese a veces tan acalorado, desmesurado o abiertamente
demente. No se siente uno insatisfecho en ningún momento a pesar de la manera
en la que el ambiente va oprimiendo cada vez más y más el pecho del lector.
Básico de la novela es el papel que juegan la amistad y la lealtad. Es
importantísimo reconocer también la emocionalidad de los protagonistas en torno
al sentimiento de culpabilidad, lo cual llega a trastornarles seriamente y a
definir el curso de sus vidas.
En resumen, recomiendo esta lectura sólo a quienes gusten del drama, de
las historias trágicas y de inmiscuirse en la mentalidad de los protagonistas,
tanto que se llega a quererlos o a odiarlos. Como buena obra del naturalismo,
demuestra de buena manera tanto lo bello como lo desagradable, pero los
emparenta de un modo en que el contraste no suscita conflicto alguno.
Si no vas a leer la novela, te cuento la historia 👀:
Dos personajes principales: Guillermo y Magdalena. Guillermo fue el hijo
bastardo (nunca reconocido por su madre) de un hombre con una gran fortuna, obsesionado
con la química (recordándome a Baltazar, protagonista de La búsqueda del
absoluto de Balzac), quien fue maltratado y humillado durante su niñez y su adolescencia
debido a su nacimiento, estando a cargo de su crianza una horrenda vieja
fanática (a quien llamaré “maldita vieja”, porque así la nombré durante toda la
lectura) que le infundió mayor temor y desdicha de la que ya sentía. Todo esto
reforzó su carácter sumiso y nervioso.
“El niño, cuya inteligencia se iba
despertando, vivió desde entonces en perpetuo terror. Encerrado con la
fanática, que siempre le hablaba del diablo, del infierno y de la cólera
celeste, pasaba amedrentado los días; por la noche lloraba, soñando que las
llamas del infierno corrían sobre su cama. Hasta tal punto este pobrecillo
tenía trastornada la imaginación, que no se atrevía a bajar al parque, por
miedo a pecar. Todos los días, y siempre con voz aguda y penetrante, Genoveva
le decía que el mundo era un infame lugar de perdición, y que para él sería preferible
morir antes que ver la claridad del sol. La infeliz creía que con estas lecciones
le libraba de Satán”.
Conocemos entonces a Jacobo, piedra angular de esta historia, que se
presentó como un amable salvador para Guillermo, mostrando dominio frente a
todos sus maltratadores y estableciendo con él una amistad en la cual le
ofreció también su protección. Al no haber sentido tal afección hacia nadie
anteriormente, Guillermo le adoró y le profesó su cariño de por vida,
queriéndolo como a un hermano.
Ahora vamos con Magdalena Ferat, hija de un herrero que hizo fortuna
gracias al trabajo duro de toda su vida, y de una mujer que falleció con su nacimiento.
Esta, al ser criada por el obrero, adquirió su carácter sanguíneo, firme y
dominante. Pasó su niñez y adolescencia, luego de la muerte de su padre, en un
internado para niñas de la alta sociedad, contando con una buena renta para
vivir a partir de ello. A pesar de su suerte, se sintió bastante dispar en
comparación de todas esas figurillas que tenían porte de princesa, que se
formaban para buscar ser buenas casaderas y sólo querían hablar de amores y
placeres.
Al contar con la mayoría de edad, su tutor la llevó a su casa guardando
la idea de tomarla por esposa unos años después (sin que ella lo sospechara,
claro). Pero su estrategia no resultó adecuada porque trató de sobrepasarse con
ella, situación que obligó a Magdalena a huir hacia París. Fue allí donde conoció
a un joven estudiante de medicina llamado Jacobo, quien la acogió para
hospedarla en su cuarto, aparentemente sin ninguna intención de por medio más
que darle cobijo para esa noche. Ahora, en palabras del autor, “Al día siguiente se despertó en brazos del
joven, en los cuales se había echado ella misma, impulsada por algo de que no
sabía darse cuenta. Lo que con salvaje energía había negado a Lobrichon, se lo
había concedido dos horas después a un desconocido. No sentía pesar alguno por
ello; no hacía más que asombrarse”.
Pasó así un año de su vida conviviendo Jacobo, adaptándose a su
desenfrenado modo de vivir, pero sin deseos de cambiar ese modo de vida,
pensando incluso en que debería casarse con él. Este no tenía ese tipo de
intereses, y no pasó mucho tiempo hasta que partió a un largo viaje con motivo
de su profesión, y Magdalena:
“No se creía con derecho a censurar a su
amante. Ya él lo había advertido, y era ella quien había querido quedarse.
Ansiaba arrojarse a su cuello y rogarle que no partiese. Pero pudo más su
orgullo, y no se movió de la silla. Quiso parecer tranquila y no dar a entender
al joven, que silbaba tranquilamente, hasta qué punto su marcha la partía el
corazón”.
Justo por esas fechas, Guillermo partió rumbo a París con el objetivo de
encontrar a Jacobo, a quien tanto había extrañado desde que marchó con motivo
de su carrera de medicina. Se hospedó justamente en el hotel donde Magdalena se
encontraba. Al verse, sintieron una atracción mutua: Magdalena, en razón de que
Guillermo no la trataba de modo burdo y no se comportaba como los demás
hombres, y Guillermo, debido a la belleza de Magdalena y a la amable sonrisa
que le proporcionó al verlo.
Se hicieron amigos hasta que todo evolucionó en un romance, a pesar de
que Magdalena ponía algo de resistencia. En razón de que Guillermo podía
disponer de la fortuna de su padre, propuso a Magdalena ser su mujer y, en
vista de su aceptación, compró una pequeña casita y allí vivieron juntos,
probando durante algún tiempo ambos la dicha de la tranquilidad que siempre
habían querido. Magdalena iba cediendo cada vez más a este modo de vida,
sintiéndose plácidamente envuelta por todo el cariño y la devoción de Guillermo
hacia su persona:
“Lo que más la conmovía no eran los
arrebatos amorosos del joven; en sus caricias había más de maternidad que de
pasión. Y esto se explica por el íntimo afecto que él le tenía, y por la
dignidad con que la trataba, como se trata a la mujer legítima. Esto la dignificaba
a sus propios ojos, porque podía creer que había pasado de los brazos de su
madre a los de su esposo. Este sueño que se forjaba, la enorgullecía, y la
acariciaba en todos los pudores de su ser. Merced a esto, se permitía mostrarse
altanera, y cada vez más amable, más tranquila y más esperanzada, sin acordarse
de las heridas que ya no manaban sangre”.(Vienna 1854–1903) Couple in the Moonlight, signed,
inscribed C. Schweninger Wien, oil on canvas,
100 x 78 cm, framed, (W)
Es importante saber que ellos nunca habían hablado de su pasado, y que
se habían prometido no hacerlo. Además, ambos vivían ahora con una sensación
que describían como si toda su historia se hubiese borrado, buscando únicamente
vivir el presente queriéndose y sin pensar en las angustias que alguna vez
tuvieron que sufrir.
Importante saber que, en este punto de la historia, Magdalena encontró
entre las pertenencias de Guillermo una foto de Jacobo, dejándola sumamente
angustiada este detalle. Ese mismo día, Guillermo se vio obligado a hacer una
referencia de su pasado a Magdalena al enterarse, por medio del diario, de que
la embarcación en la que había viajado Jacobo, su mejor amigo, había naufragado
y este había muerto. ¿Cuál no sería, entonces, el malestar de Magdalena al
conocer el íntimo lazo que les ligaba y la muerte de este último?
De algún modo superaron sus angustias e inseguridades y la pareja
decidió, finalmente, casarse. Fueron a vivir a la Noraide (la casa del señor De
Viargue, que produjo su suicidio con sustancias que él mismo había fabricado) y
allí pasaron cinco años experimentando una tranquilidad absoluta, alejados de la
sociedad, viviendo a su manera, apoyándose nada más que en sí mismos, adorando
mutuamente su carácter y su naturaleza y esperando vivir así por el resto de
sus vidas. Tuvieron una hija que multiplicó su dicha.
Y bien, es hora de declarar que ya hubo demasiado deleite para nuestros
protagonistas. Un día, al regresar de hacer algunas diligencias en París,
Guillermo regresó a casa anunciando a Magdalena una “maravillosa noticia”:
Jacobo no había muerto, pues se había salvado milagrosamente del naufragio. Estaba
esperando afuera a que arreglaran una habitación para invitarle a pasar unos
días en compañía de los esposos.
Inició entonces el suplicio de Magdalena. Confesó a su esposo que había
sido amante de su amigo, de su “hermano”. Y aquí inició, claramente, también el
suplicio de este. Sale aquí a relucir el papel implacable y tremendamente
fastidioso de la maldita anciana que nombré antes, quien oyó la confesión de
Magdalena y se figuró que esta mujer no podía ser más que el demonio de la
lujuria habitando en la Noraide, que había venido a traer la desgracia.
Empieza entonces la narrativa de la huida que trataron de emprender
ambos tratando de escapar tanto de la persona como del recuerdo de Guillermo.
Si bien Magdalena quería enfrentarle, Guillermo optaba por escapar de él. Se
narra incluso un episodio muy llamativo en el que Guillermo se da cuenta de que
su hija se parece demasiado a Jacobo (si bien era imposible que fuera hija de
este) y empieza a evadirla. Magdalena hace lo posible para no aceptar este
extraño parecido, pero entonces lo reconoce y lo justifica recordando que,
cuando estaba en brazos de Guillermo, profundamente anhelaba estar en los
brazos de Jacobo.
La maldita anciana no facilitaba las cosas en ningún modo, y me quedo
con la opinión de que su papel fue fundamental para que todo se fuera al
carajo. En sus recitales bíblicos, que leía siempre de modo provocador y
acusador, buscaba siempre pasajes que hicieran referencia a la mujer, al pecado
y a la ira de Dios. Magdalena, a pesar de no ser creyente, perdía la cabeza en
medio de tales acusaciones, que sólo reforzaban en ella ese sentimiento de
culpa del que se había creído liberada con el amor de Guillermo. Y el universo
les mostraba, inclemente, que la desgracia les perseguía sin descanso para
castigarles.
Como último escape trataron de acudir a la vida de los salones
parisinos, buscando olvidarse de su desgracia, al menos, para hacer la vida un
poco tolerable. No logrando obtener más que vacío y enterándose de que su hija había
caído gravemente enferma, decidieron retornar a la Noraide, enterándose antes
de que Jacobo estaba nuevamente en París.
En un último arranque impetuoso, Magdalena se arrepintió de tomar el
tren junto a Guillermo y, excusándose en haber olvidado un paquete, decidió ir
a enfrentar su destino buscando a Jacobo para confesarle que su esposo era
Guillermo y que, por el bien de la pareja, este no debía volverlos a buscar. Mas,
tal era el impulso invencible que dominaba a la pobre mujer, que, al
encontrarse con Guillermo, no pudo sucumbir a su ya conocida coquetería, a las
manos que rodeaban hábilmente su talle y a la cercanía de su respiración sobre
su cuello, y volvió a entregarse a él sin ningún reparo.
Presa de una horrible fiebre y de brutales desvaríos, volvió a la
Noraide para confesar su falta a Guillermo y para anunciarle su suicidio. La
alivió la noticia de la muerte de su hija hacía unas pocas horas, pues ya no
tendría que dejarla. Encontró encendida una bujía en el antiguo laboratorio, y
encontró a Guillermo también reflexionando sobre su suicidio.
“—¡Pues bien! Entonces, seamos lógicos:
todo ha acabado. Tú lo has dicho; es nuestro amor el que nos mata; si no nos
amáramos, viviríamos tranquilos. Pero seguirse amando y manchar sus caricias;
desear estrecharse a cada momento y no atreverse a tocarse con la punta de los
dedos; pasar las noches a tu lado creyéndome en brazos de otro, cuando yo daría
mi sangre por poderte atraer a mí, eso, bien lo comprenderás, acabaría por
volvernos locos… Todo ha acabado”.
En esta última conversación, en la cual Guillermo le decía a Magdalena
que, si ella moría, él tendría que morir también inmediatamente, esta se vio
obligada a confesarle su pecado con suma ferocidad, tomando entonces uno de los
venenos dejados allí por el señor De Viargue. Logró su cometido y, al verla
muerta, Guillermo perdió la poca cordura que le quedaba. Dando vueltas de modo
convulso por la estancia, pateando todo lo que encontraba en su camino,
estallaba en una carcajada maligna mientras pisoteaba el cadáver de Magdalena.
Y cerrando el escenario, entra la maldita anciana y contempla con cierto
placer el cuadro que se le presenta, exclamando, nada más y nada menos, “¡Dios
Padre no ha perdonado!”.
✌ Concluyendo:
Como ya había mencionado, la narrativa naturalista me parece deliciosa,
y no simplemente porque sea una vertiente de mi queridísimo realismo. Si bien
se puede tratar de una historia más bien sencilla, en el marco de una relación
de pareja, se entreteje muy bien cada detalle para que la bola de nieve que los
arrastra a todos al final no resulte, para nada, desproporcionada.
Sobre los personajes, admirable la figura de Jacobo, que nunca se enteró
de nada de lo sucedido entre su antigua querida y su viejo amigo; permaneció
intacto en su modo de vida despreocupado y no tuvo absolutamente nada que ver
en el desenlace de la historia. Todo, absolutamente todo, se debió a la manera
en la que Guillermo y Magdalena manejaron sus recuerdos en virtud de los rasgos
de su personalidad.
Me dejó perpleja Guillermo, tan noble, tan sumiso y tan soñador siempre,
quien, a pesar de saber que Jacobo pertenecía al pasado de Magdalena (bueno, yo
sé que en aquellos tiempos esas “cuestiones del honor” eran bastante
desproporcionadas en este sentido, pero aún hoy en día se siguen viendo), se
dejaba llevar por una ira incontenible que provenía de sus celos y su
inseguridad, conteniéndose en varias ocasiones, incluso, de golpear a
Magdalena. También me sorprendió que llegara a odiar a su propia hija. Aunque
la locura que brotó finalmente en él no me sorprende, pues luego de soportar tal
nivel de angustia, ninguno de estos dos podría salir mentalmente sano de tanto
trajín.
Y, ¡vaya! Pues que yo me estremezco al saber que todo esto termina así,
habiendo pensado que tal vez Magdalena tendría algún final un poco menos tormentoso.
Me dio algo de esperanza que, en una parte de la novela, la maldita anciana
había proclamado la historia de María Magdalena siendo perdonada por Jesucristo
al arrepentirse de sus pecados. Pero es que esa horrible señora tenía razón,
porque el cielo no perdona, porque la mujer no tenía derecho a ningún
miramiento al haberse manchado por la lujuria.
Me queda entonces claro que los protagonistas, en virtud de su carácter,
temían con tal vehemencia su pasado que no lograron sustraerse al mismo. Independientemente
de que ninguno de los dos era creyente, Magdalena tuvo demasiado temor acerca
de lo reprochable que pudiera ser su conducta (y no me quedo sin traer a
colación ese síndrome de virgen María del que se nos ha impregnado a las
mujeres) y Guillermo nunca pudo controlar su inseguridad y se horrorizaba con
la idea de que su esposa sólo pensara en Jacobo (hasta que, por desgracia, sus
temores se materializaron). Ninguno de los dos tuvo la entereza suficiente para
sobreponerse frente a las convenciones sociales que indicaban que la mujer digna
sólo debía conocer un hombre.
Y es que Magdalena no había actuado de modo reprochable hasta ese
entonces, pues los azares del destino fueron los que la llevaron a encontrarse
con ambos hombres. Puedo entonces concluir, independientemente de la ubicación
temporal de esta lectura, que el cielo que juzga es el mismo que se alza al
interior de cada cual (y, desgraciadamente, somos poco propensos a la
autocompasión).
© K. Sánchez (24/11/21)