Reseña de “Los restos del día” de Kazuo Ishiguro

Me ha resultado un tanto complejo pensar en la estructura de mi reseña para esta ocasión, teniendo en cuenta, primero, en qué tan satisfactoria me pareció su lectura. Había recibido buena retroalimentación en general de Kazuo Ishiguro (Nobel de 2017), así que tenía altísimas expectativas para iniciar.

Como un pequeño marco general, puedo comentarles que el libro es de carácter anecdótico. El protagonista, Mr. Stevens, quien es un mayordomo de, en promedio, unos cincuenta años, se dedica a contar al lector las anécdotas más notorias de su vida para, de este modo, dar a conocer su carácter entre líneas y, así, contar qué fue de su vida al haberla dedicado enteramente a esta labor, funcionando siempre como el hombre de confianza que se sacrifica para ver brillar a otro hombre, dejando su existencia de lado como una sombra, que apenas se dibuja en torno a dicha figura principal y que le da sentido a su existencia.

Así, sirvió durante la mayor parte de su vida a Lord Darlington, un diplomático inglés que estuvo encargado de cuestiones de gran importancia después de la segunda guerra mundial para tratar de conciliar un poco el orden a nivel internacional y que, entre todo ese rollo, no logró salvar su reputación entre tantos devaneos que tuvo con los nazis.

Dentro de este contexto se mueve la historia de nuestro protagonista, quien trae a colación todo tipo de recuerdos mientras emprende un viaje por carretera con la excusa de buscar a la antigua ama de llaves de Darlington Hall, Miss Kenton (ahora Miss Benn, pues contrajo matrimonio), creyendo haber visto en sus cartas una leve esperanza de que retornara a la mansión para que, con nuevo amo en casa después de la muerte de Lord Darlington, le colaborare para sostener la buena marcha del lugar.

Claro lo anterior, voy con las siguientes recomendaciones dentro de mis apreciaciones torpemente estructuradas:

😍Si eres “novato” y vas a leer “Los restos del día”: la primera recomendación para leer este libro es que, primero, ya seas un lector, al menos, medianamente experimentado. Si no estás acostumbrado a leer, si lees sólo cuando te vas a ir a dormir (para llamar el sueño), si no tienes mucho bagaje en general en cuestiones literarias, estoy totalmente segura de que este libro NO te va a gustar.

Aquí no hay dramas, no hay historias frenéticas, no hay saltos locos entre tramas, no hay personajes fáciles, no hay temáticas pasionales o historias ávidas que te enreden y te tengan los ojos pegados al libro con desespero. Aquí, si te desesperas, es porque no sientes que avanzas. El libro, como está dotado de un carácter anecdótico, da esa impresión (y es que, así es) de que todo es tremendamente plano y sin mucho movimiento. Y hay muchas cosas que sólo se dicen entre líneas, correspondiendo al carácter del protagonista.

Escena de la adaptación cinematográfica de 1993
(dirigida por James Ivory)
Es un libro que está entretejido con un trasfondo que da para reflexionar acerca de temáticas muy variadas en cuanto a la experiencia vital que se adquiere con la madurez (porque, además, es un libro que sólo recoge experiencias de la adultez del protagonista), como lo son cuestiones relacionadas con el propósito de la vida y el establecimiento de prioridades, la generación de los conceptos estructurantes de la propia personalidad, el manejo de las relaciones interpersonales, entre otros.

Por último, se encuentra también en ese escenario de fondo, como ya lo mencioné, algunas de todas esas reflexiones entre líneas que se dan a propósito de la posguerra y que, si bien nunca se señalan de modo directo, se entienden si se sabe leer también de este modo.

Con lo anterior es suficiente para sentirse atraído o decepcionado. Así, sácalo de tu lista de lectura si no es esto lo que estás buscando.

😎Si eres “experimentado” y vas a leer “Los restos del día”: lo que hay que decir es que, siguiendo este orden, si no clasificas como lector novato (sea por edad o por experiencia), entonces, por descarte, quedaste en esta categoría. Siendo así, parto del hecho de que, cuando uno conoce sus gustos y alcances literarios, sabe si se puede sentir satisfecho con un libro de carácter anecdótico y que carece totalmente de una trama convulsiva o de esas que se quedan con uno porque “lo atrapan”.

El lector experimentado se conoce lo suficiente para saber a dónde orientarse, tal como creía saberlo sobre sí mismo Mr. Stevens, nuestro protagonista, siguiendo con total firmeza y rectitud su camino y construyendo su destino a partir de lo que, según él, consideró como su concepto de “dignidad” (el cual es, a mi parecer, el hilo conductor de la lectura), el cual, seguramente, se encuentra también condicionado por el servilismo.

Esa dignidad que recoge uno como lector le lleva también a conocer si es uno adepto del estilo literario japonés (si se hace el esfuerzo de reunirlo como una generalidad) y tener la claridad de qué tan atrayente y edificante le resulta, pues es algo que resulta siendo crucial en su esencia. Si bien Ishiguro nació en Japón, fue criado en Inglaterra y, a mi parecer, encuentro como un punto muy interesante esa mezcla de estilos.

En cuanto a forma este libro está lleno de sutileza, está dotado de gran exquisitez en sus formas; muy marcado ese carácter estético en el que, a pesar de la importancia del fondo,  enmarca de modo magistral las formas y los paisajes, llegando casi a dejar de lado la emocionalidad (se encuentra raramente entre líneas, justo porque es la sensación que se quiere dar sobre la personalidad de Mr. Stevens- motivo por el cual no podría considerar esa sensación de distanciamiento del narrador como un error), y logra, a pesar de lo dificultosa que podría resultar la caracterización del protagonista, desarrollarlo con una destreza incomparable. La finura de esta narración es asombrosa.

Dyrham Park, uno de los sitios del rodaje de
la adaptación cinematográfica de 1993 (Becks)
En cuanto el manejo de las temáticas, resalto también el uso que se dio del contexto y de los personajes, muy bien elegidos, para hacer que la esencia de la novela estuviese dirigida, sin saturar, del escenario propio de la posguerra, soltando, de vez en cuando, ciertas posiciones acerca de la misma que resultan también, por sí solas, muy enriquecedoras. Ya en el primer punto de mi reseña resalté algunas de las cuestiones globales que trata el libro, además de esta.

Así, en cuanto al universo interno del protagonista, que es el único personaje al que uno como lector trata de develar permanentemente, a pesar de lo esquivo que resulta y de la escasa empatía que produce por lo plano de su emocionalidad: es el típico hombre que, quizás, en virtud de una educación patriarcalista y basada en esa “dignidad” que ya mencioné, se queda prendado de un rol asistencial que, si bien tiene en razón de su profesión, se convierte en el pilar fundamental de su propia personalidad.

Todo lo que puede analizarse a este respecto es lo que da las claves para entender a este personaje tan interesante, a pesar de una simpleza muy poco colorida y tan poco atractiva, pero con la que, quizás, muchos sujetos podrían llegar a sentirse identificados en cierta medida.

Así, luego de toda esa conducción (literalmente), entre detalles que a veces pueden resultar nimios y aburridos y después de todo ese sacrificio en aras de la “dignidad” de la profesión, luego del encuentro con Miss Kenton (el cual constituyó el fin último de Mr. Stevens) la narración encuentra su punto álgido con la reflexión final del protagonista.

Así, después de un recorrido por anécdotas particulares, no lineales como tal, se concluye con un planteamiento existencial, dando paso a una posición particular en la cual, al favorecerse todo ese panorama de “mirar hacia atrás”, se ponen de manifiesto algunas cuestiones relacionadas con la manera de desenvolverse en la propia existencia, desde la vista, justamente, de la persona que se ve en la obligación de comenzar a vivir su vejez, asumiendo todas las consecuencias del recorrido hecho durante todos los años previos.

Sin spoilers, creo que con lo anterior resulta fácil saber si se agrega o se elimina de la lista de lectura. De todos modos, para efectos de curiosidad, pueden acudir a la adaptación cinematográfica (aquí les dejo el tráiler) realizada en 1993, dirigida por James Ivory, con Anthony Hopkins y Emma Thompson como actores principales.

© K. Sánchez (24/05/22)

Entre la fe primitiva y el nihilismo (reseña de “Sangre sabia” de Flannery O’Connor)

Regresar al gótico sureño no me resulta una experiencia muy grata (no lo tocaba desde los quince años, después de “Santuario” de William Faulkner) porque, en realidad, ha sido literatura no muy agradable para mí, fiel seguidora de géneros literarios que le distan demasiado. Pero también esto se trata de salir de la zona de confort y, además, aprovechar cualquier oportunidad para leer escritos de mujeres durante esas épocas (mediados del año 1900 en EE.UU.).

“Sangre sabia” es un texto que, en primer lugar, llamó mi atención por lo intencionadamente grotesco de sus personajes. Cada uno de ellos azotado por alguna suerte de trauma o de problema en particular: un supuesto ateo que predica la Iglesia sin Cristo, como protagonista de la historia, cuyas ínfulas de irreverencia tienen su origen en una infancia traumática; un chico con un extraño problema a nivel mental que le llevaba a pensar que todas sus ideas y motivaciones venían de la sabiduría de su sangre, y que se empeña en perseguir al protagonista para darle una momia enana que debía ocupar el lugar del Jesús de su iglesia; un predicador frustrado y su hija, una adolescente con cierta tendencia a la ninfomanía, y un ama de casa que busca no quedarse sola durante su vejez, prefiriendo cuidar de un hombre que no determinaba siquiera su existencia (único personaje que encontré medianamente coherente en su generalidad).

No tengo dificultad con ese carácter tan empecinadamente radical de cada uno de ellos, puesto que, quizás, el propósito era ser recalcitrante e incómodo (es ya la marca con la que, en materia de estilo, identifico al gótico sureño). Es seco, es agresivo, es difícil de digerir. Y, bien, ¡qué cosa más maravillosa es encontrar literatura que pretenda dichos niveles de transgresión! La crudeza contribuía de buen modo a ese fin. Pero, desgraciadamente, en mi caso produjo el efecto contrario: me generó hastío, fue tan desbordante que dejó de asombrarme. Todo el libro era igual y perdí la emoción rápidamente porque dejó de ser atrayente (ya que nunca fue sorpresivo).

Si bien había cierto material que se podía rescatar por su poder simbólico, estos apartes me resultaban como ideas sueltas y que no eran desarrolladas de modo consistente. Así como los mismos personajes, que, aunque no me parece reprochable su falta de desarrollo o caracterización, puedo catalogar este detalle como una parte del estilo y de la intención de la autora. De todos modos, el asunto se vuelve plano y empieza a mostrar sucesos que no tienen mucha influencia en el desarrollo central de ninguno de los personajes. La imposibilidad que tienen estos de generar cualquier tipo de empatía, considero, le resta a la novela cierto potencial que pudo tener a nivel psicológico.

Resaltar los sucesos en orden cronológico, a mi parecer, no tiene mucha trascendencia, puesto que la linealidad no la vi como algo importante. Hay eventos que tratan de entrelazarse entre sí al relacionar un personaje con otro, pero se desatan a voluntad porque no hay fuerza que los una en la narrativa: apenas se chocan en algunas ocasiones sin mayor necesidad.

Brad Dourif y Harry Dean Stanton en Wise Blood
(dir. John Huston, 1979). (New Line Cinema/Photofest)
En cuanto a Hazel Motes, el mencionado protagonista, me parece curioso resaltar la referencia en la traducción de su nombre desde el inglés, pues “Hazel” viene de “haze” –bruma- y “Motes” viene de “mote” –mota-, y esto tiene su relación con el pasaje bíblico que enuncia “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (“And why beholdest thou the mote that is in thy brother's eye, but considerest not the beam that is in thine own eye?”), el cual figura en las escrituras evangélicas de Mateo (7:3). Ya tenemos lista la caracterización de un hombre “ciego”, desde la primera página.

En cuanto al desarrollo de este personaje (hombre terriblemente tosco y despreciable, aparentemente sin ningún tipo de sensibilidad, completamente ensimismado y de quien no se rebelan, en ningún momento, sus verdaderos intereses o intenciones), este regresa de la guerra y se dedica a predicar la Iglesia sin Cristo a la salida de los cines, a pesar de su simpleza y su falta de carisma y vitalidad para convencer a cualquiera de sus ideas.

Se puede explicar su modo de proceder y su comportamiento como el de un sujeto que trata de convencerse a sí mismo de que detesta el cristianismo y hace lo posible para percibirse a sí mismo como ateo incurriendo en las conductas que para la religión eran deleznables, por ejemplo, accediendo a prostitutas y pensando en arrebatar su “pureza” a una joven que no estaba dotada de la misma.

Motes tiene cierto tipo de revelación al darse cuenta de que un predicador cristiano (también personaje de la novela) intentó quedarse ciego usando cal viva, esto para atraer más fieles a su culto pero, finalmente, no fue capaz de hacerlo. Al descubrir al falso ciego, a Motes se le viene el mundo al piso, pierde asidero para mantenerse en su existencia y toma la extraña decisión de, igualmente, con cal viva, producirse la ceguera (esa ceguera que, figurada en su nombre, pasó a ser una característica ostensible).

Ahora ciego, y sin iglesia, ya nunca habla (si bien siempre habló apenas lo suficiente), casi no se mueve ni emite ningún sonido; ya no sale de la mísera habitación que había rentado, su existencia va perdiendo relevancia lentamente debido a su propia voluntad y su presencia ya no es más que una apariencia.

El desequilibrio psicológico de Hazel Motes
(Wise Blood, 1979)
Deja entonces de lado completamente sus ideales y cualquier tipo de ambición que haya tenido alguna vez en su vida y, aparentemente, pasa al otro lado de la balanza en cuanto a sus creencias frente a la religión (si es que alguna vez fue ateo): empieza a martirizarse con acciones como llenar de piedras y polvo de vidrio sus zapatos y ponerse espinos bajo la camisa. Ni un solo rastro de tristeza, de frustración o de algún tipo de emoción en ningún instante. Lo único que se le puede adjudicar es una extrema desidia.

Finalmente, muere al ser golpeado en la cabeza por un policía que, sin darse cuenta, transporta su cadáver a la casa del ama de llaves que le cuidaba a cambio de esperar que este la acompañara (al menos como una mera presencia corporal, alguien de quien ocuparse y a quien darle atención) durante los últimos años de su vida. A pesar de todo, no hay nada que me lleve a considerarlo como un mártir.

Así, si bien no encuentro mucho que resaltar en los pormenores que se describen en la narración ni en la historia de los demás personajes (a excepción del ama de llaves, como mencioné), puedo resaltar que, en medio de ese carácter transgresor de O’Connor, se pueden entrever con mucha claridad las situaciones de precariedad en la educación, la xenofobia, el incipiente racismo de la sociedad de la época, la pobreza y, claro, su relación directa con el primitivismo religioso del sur. Ese es un trasfondo al que vale la pena estar atento si se hace la lectura.

Si bien tengo todas las opiniones anteriores, admito que es divertido salir de la zona de confort literario que uno se hace y pasar por experiencias incómodas ocasionalmente, porque eso es algo que la autora (a pesar de ser católica, lo cual me desconcierta un poco) tiene por montones: no vas a sentirte edificado o satisfecho después de leer esto; la misma experiencia de lectura no resulta placentera y puede ser un poco más difícil que una vanguardia en ciertos sentidos.

💣Bonos extra: les invito a ver la película en YouTube.

© K. Sánchez (17/05/22)

La estética de la venganza (reseña de “Lo bello y lo triste” de Yasunari Kawabata)

 “—¿De modo que pensabas en eso? ¿Por qué tienes que preocuparte por una cosa así, a tu edad?

—¡Porque no soy tan tonta como tú, que has pasado veinte años enamorada de alguien que arruinó tu vida!”

Mientras me daba un respiro luego del shock que me produjo la lectura de Daisuke, antes de iniciar con la lectura de La puerta (ambas de Natsume Soseki), decidí regresar a Kawabata con un libro que una fuente muy fiable me había recomendado hacía ya varios meses: Lo bello y lo triste. Así, tenía suficiente curiosidad, habiendo sido tan favorable la impresión que me dejó la lectura de La casa de las bellas durmientes, y habiendo iniciado en el conocimiento de la obra del autor con La bailarina de Izu.

😎Recomendaciones para la lectura (sin spoilers):

Kawabata tiene una prosa que, si bien es hermosa y suave, está llena de símbolos. Por ese motivo, lo ideal es estar muy atentos a detalles particulares que, en este caso, están inmersas en el arte (la pintura) y la naturaleza: infinidades de referencias al color, al paisaje, a las flores, etc. El resto se va descubriendo con naturalidad, y proviene, básicamente, de las actitudes, modos e interacciones entre los personajes, a quienes hay que saber “leer” debido a que, en general, este tipo de prosa no suele interiorizar en el pensamiento o la personalidad de los sujetos sino apenas en lo necesario.

En cuanto a la trama, me ha parecido un manejo interesante, así que vale la pena hacer la lectura. Creo, incluso, que es un buen libro para conocer a Kawabata, si aún no han tenidon  el honor.

👀Resumen de la novela:

‘Sarusawa Pond in Nara’
- Koitsu Tsuchiya (1930's).
Es una novela que insiste constantemente en los recuerdos del protagonista, Oki Oshio, pasados sus cincuenta años, así como de los de Ueno Otoko, quienes habían sido amantes hace muchos años. Para aquel entonces, él contaba con poco más de treinta años, mientras ella tenía sólo quince.

Independientemente de su matrimonio, Oki se relacionó con Otoko durante aproximadamente dos años, hasta que ella quedó embarazada. Al momento del parto perdió a su hija, lo cual le generó grandes problemas a nivel de salud mental, adicionalmente al hecho de reconocer que Oki no tenía el propósito de separarse de su esposa para casarse con ella. Incluso, estuvo internada en una institución psiquiátrica durante varios meses al haber cometido un intento de suicido, motivo que llevó a que su madre decidiera trasladarse con ella a Kioto (la historia transcurre originalmente en Tokio), en vista del inminente fracaso de todo el asunto.

Oki, escritor, basado en la historia que vivió con Otoko, escribió una novela llamada Una chica de dieciséis, en la cual narraba muchos acontecimientos particulares mediante los cuales se justifica la manera en la que ella marcó su vida, a pesar de su corta edad (libro que, evidentemente, fue leído por ella), obra que tuvo gran acogida entre sus contemporáneos y fue muy elogiada por la crítica. Hay una parte del libro que es especialmente cruda, en la cual se relata que Fumiko, la esposa de Oki, quien hacía algunas labores de edición para las obras de este, conociendo que se trataba de la historia de su amante, decidió, igualmente, hacer el mismo trabajo para esta obra.

Si bien ella, desde hacía tiempo conocía acerca de la infidelidad de su esposo, se sometió a este tipo de tormento para conocer, de primera mano y mientras se le rompía el corazón, lo que había sucedido (al fin y al cabo, era algo que no podía pasar invisible a sus ojos). A pesar de ello, el matrimonio continuó tranquilamente, la pareja tuvo otro hijo y Oki no volvió a saber nada de Otoko durante un buen tiempo.

Ella se convirtió en pintora años después y, al aparecer en revistas, Oki se enteró de que estaba viviendo en Kioto. Así, con la esperanza de verla nuevamente, Oki usó como pretexto la idea de ir a Kioto a escuchar las campanas de la medianoche en el fin de año, y la llamó al llegar. Ella accedió a verle, a pesar de comportarse de modo bastante reservado y tratando de evadir estar a solas con él. Se dice que ambos reconocieron, sólo con sus miradas, que aún se amaban tanto como antes. En cuanto a Oki, transcribo el siguiente fragmento:

“Oki no sabía lo que ella podía haber sufrido, ignoraba las dificultades que debía de haber superado; pero su éxito le produjo profundo placer. Un día encontró un cuadro de ella en una galería. Su corazón dejó de latir. No era una exhibición de sus obras; sólo uno de los cuadros le pertenecía: el estudio de una peonía. En el extremo superior de la banda de seda había pintado una peonía roja. Era una vista de frente de la flor, en un tamaño superior al natural, con pocas hojas y un único pimpollo blanco en la parte inferior del tallo. En aquella flor enorme creyó ver el orgullo y la nobleza de Otoko. Lo adquirió inmediatamente, pero como llevaba la firma, decidió donarlo al club de escritores al cual él pertenecía y no llevarlo a su casa. En la pared del club, la tela le causó una impresión diferente de la que le había causado en la abarrotada galería. La enorme peonía roja parecía una aparición. La soledad parecía brotar de su interior.”

Y, frente a los sentimientos de Otoko:

“El tiempo pasó. Pero el tiempo se divide en muchas corrientes. Como en un río, hay una corriente central rápida en algunos sectores y lenta, hasta inmóvil, en otros. El tiempo cósmico es igual para todos, pero el tiempo humano difiere con cada persona. El tiempo corre de la misma manera para todos los seres humanos; pero todo ser humano flota de distinta manera en el tiempo.

Al aproximarse a los cuarenta, Otoko se preguntaba si el hecho de que Oki siguiera dentro de ella significaba que esa corriente del tiempo se había estancado, en lugar de seguir su curso. ¿O acaso la imagen que ella conservaba de él había flotado con ella a través del tiempo como una flor que avanza aguas abajo? Ella ignoraba cómo había flotado su propia imagen en la corriente de Oki. No podía haberla olvidado; pero, sin duda, el tiempo había corrido de manera diferente para él. Las corrientes del tiempo nunca son iguales para dos personas, ni siquiera cuando son amantes…”

Otoko tenía entonces una discípula: una joven mucho menor que ella, llamada Keiko, a quien se le describía como una mujer muy agresiva, bastante apasionada, radical y obstinada, además de hermosa y talentosa en la pintura. Así, además de ser su aprendiz, también resultó siendo su amante. Ella estuvo presente, entonces, en el momento del reencuentro de los viejos amantes y notó, evidentemente, que aún quedaban restos de la pasión que hubo entre ambos, lo cual la llenó de indignación y de temor.

Decidió entonces que deseaba vengarse de Oki porque, además de ocupar aún el corazón de su amada Otoko, le había herido profundamente al haberla abandonado cuando era joven. Así que, todo lo que viene a continuación parte de los sucesos que se dieron a partir de este propósito.

“—Está bien así —la detuvo Otoko—. ¿Quieres decirme ahora por qué hablas de venganza?

—Tú sabes muy bien por qué.

—Yo nunca he pensado en semejante cosa. No la deseo en lo más mínimo.

—Porque todavía lo amas… porque no podrás dejar de amarlo mientras vivas. —La voz de Keiko se ahogó—. De modo que quiero vengarte —concluyó.

—Pero ¿por qué?

—¡Yo experimento celos a mi manera!”.

El primer paso fue tratar de seducir directamente a Oki. Y lo logró. Pasaron una noche juntos y, en el transcurso de la misma, Keiko confirmó que, en realidad, Oki seguía sintiendo amor por Otoko (dato curioso: Keiko le impidió tener contacto con su pezón izquierdo).

Al regresar a Kioto, esta le comentó a Otoko que había logrado seducir a Oki (cabe resaltar que Otoko nunca estuvo de acuerdo con la venganza que tanto deseaba Keiko y que tuvieron varias discusiones debido a este tema) y, después de una conversación supremamente incómoda entre ambas, esta última percibe que algo extraño había sucedido en Keiko a partir de la noche que pasó con Oki, lo cual se evidenciaba, incluso, en su estilo para pintar.

El segundo paso fue iniciar con lo pertinente para seducir a Taichiro, hijo menor de Oki. Este viajó a Kioto con la excusa de hacer una exploración relacionada con sus estudios universitarios, mas siempre tuvo en mente volver a ver a Keiko (a quien tuvo la oportunidad de conocer anteriormente, antes de que esta sedujera a Oki). Logró también su cometido (dato curioso: Keiko le impidió tener contacto con su pezón derecho).

Para terminar, había obligado a Taichiro a que le prometiera ir a pasear en una lancha (haciendo ya directas alusiones a lo que iba a suceder).

“Al salir de la piscina, Keiko alquiló una lancha e invitó a Taichiro a acompañarla en su paseo por el lago.

—Está oscureciendo —señaló él—. ¿Por qué no mañana?

—¿Mañana? —Los ojos de Keiko se iluminaron—. ¿De modo que te quedas?… No sé qué ocurrirá mañana. ¿No tengo razón? De todos modos, cumple esta promesa. Regresaremos enseguida. Quisiera estar a solas contigo en el lago por unos minutos. Quiero que nos abramos paso a través de nuestro destino y que flotemos sobre las aguas. El mañana siempre se nos escapa. Vayamos hoy. —Lo arrastró de un brazo—. ¡Mira cuántos barcos navegan aún! —lo animó”.

La escena siguiente a ello presenta a Keiko, medio muerta y sedada, en una cama en el hotel, luego de haber sido rescatada de un accidente en lancha. El cuerpo de Taichiro no había sido hallado.

💗Conclusiones:

Me encuentro con una lectura tan encantadora como las que había hallado en Kawabata en las ocasiones anteriores. Una cantidad de recuerdos, de nostalgias llenas de trasfondos infinitos, rodeados de miles de colores (que es lo que más adorable he encontrado aquí debido a la viva descripción que se hace de la pintura, de los colores del paisaje, de lo que evoca mediante la luminosidad cada fenómeno de la naturaleza, de la variedad de flores –muchísimas- que se mencionan en momentos muy particulares), y de las sensaciones tan particulares que se evocan entre todas las posibles combinaciones: la crueldad, la ternura, el rencor, el amor y la sexualidad desfilan y se entremezclan para dar unos resultados de intensidad altísima si se lee esta obra teniendo en cuenta, paralelo a la trama, la representación de todos esos modos en que se configuran las relaciones y las emociones humanas.

“Aun cuando era la época en que los cerezos estaban en flor, era muy poca la gente dispuesta a visitar el lugar con lluvia. Ésa era otra de las razones por las cuales Otoko amaba la lluvia. La brumosa lluvia primaveral suavizaba el perfil de la montaña que se levantaba más allá del río y la embellecía más aún. Tan mansa era la lluvia que las dos mujeres apenas si advirtieron que se estaban mojando, mientras caminaban de regreso al coche. Ni siquiera se molestaron en abrir los paraguas. Los delicados hilos de agua se perdían en el río sin alterar su superficie. Las flores de cerezo se entremezclaban con tiernas hojas verdes y los colores de los árboles florecidos se esfumaban en la lluvia con matices sutiles.”

Así, siendo que el eje que le da forma a toda la historia parte de la venganza, esta se puede interpretar de muchísimas maneras, siendo que, al final, hay que preguntarse varias veces, en realidad, a qué obedeció que todo llegara a darse de ese modo, y qué tan planeado resultó siendo cada acontecimiento. Todas las figuras y la estética que hubo detrás de esas personalidades y cada una de sus historias, es lo que lleva, en medio de tales juegos de colores, a un final que se dibuja y se desdibuja a la vez. Al fin y al cabo, el arte siempre depende de la subjetividad…

© K. Sánchez (01/05/22)

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