En este relato se describe de manera suficientemente jocosa, y no por ello carente de realismo, el transcurso de un día en la vida de un hombre de 53 años que, para ganar su sustento, se desempeñaba como vigilante de un banco en París.
Sabemos que el hombre vivía sólo, en un pequeño
y poco ambicioso cuartito de una casa de alquileres, desde hacía tiempo ya. No
anhelaba nada más en su vida que su tranquilidad, deseo que se hacía vivamente
marcado por la desconfianza que le inspiraban el mundo y sus habitantes. No
deseaba otro trabajo, ni una casa grande, ni una familia ni ningún tipo de lujo
extravagante.
“Había conservado, sin embargo, en el transcurso de los treinta años su
cualidad esencial: era y seguía siendo la isla segura de Jonathan en un mundo
inseguro, su sólido refugio, su albergue y, sí, incluso, su amante, porque la pequeña
habitación le abrazaba con ternura cuando volvía al atardecer, le calentaba y protegía,
le alimentaba el cuerpo y el alma, estaba siempre allí cuando la necesitaba y no
le abandonaba nunca. Era, de hecho, lo único que en su vida había demostrado
ser digno de confianza. Y por esto no había pensado ni por un momento en
separarse de ella, ni siquiera ahora, cuando ya pasaba de los cincuenta y a
veces le costaba un poco de esfuerzo subir los numerosos peldaños, y cuando su
sueldo le permitiría alquilar un apartamento en toda regla, con cocina, retrete
y cuarto de baño propios”.
Después de una somera descripción de algunos aspectos clave para develar el porqué de la personalidad de nuestro protagonista, inicia el relato de aquella fatídica jornada: al levantarse de su cama para ir al baño en una mañana común y corriente, abre su puerta y queda totalmente espantado al encontrar una paloma frente a su puerta. Es entonces cuando uno se encuentra con un personaje extremadamente ansioso. Horrorizado ante la presencia del ave, su mente entra en una especie de choque excesivo en el cual empieza a imaginar los distintos escenarios de lo que puede pasar si decide quedarse encerrado para siempre en su habitación para enfrentar la presencia de la paloma, o si intenta salir.
“Así gritaba y graznaba algo que había en su cabeza, y Jonathan estaba
tan desesperado y aturdido que hizo una cosa que no había hecho desde sus días infantiles,
juntar en su desamparo las manos para la oración y «Dios mío, Dios mío —rezó—. ¿Por qué me has
abandonado? ¿Por qué me castigas de este modo? Padre nuestro que estás en los
cielos, sálvame de esta paloma. Amén»”.
Llega a ser bastante gracioso para uno como
lector, pues la prosa de Süskind es excelente para darle un toque de comedia a
episodios tan triviales (sobre todo cuando, uno como ansioso declarado, sabe
que es absolutamente cierto llegar a plantearse soluciones tan inverosímiles
ante la vista de un problema).
Y con esa misma agudeza nos encontramos con las
descripciones de los pensamientos del protagonista al transcurrir dicha jornada,
todo en relación con la hiperactividad que produjo en la imaginación de este
sujeto el encuentro con la dichosa paloma. Cada cosa que pasaba por su mente y
cada suceso que lo complementaba, llegaron, en conjunto, a crear una maraña
increíble de pensamientos que hicieron, seguramente, el peor día de su vida.
Si bien su percepción de la realidad nunca se
ve distorsionada en estricto sentido, lo que da vueltas al relato es la
capacidad que este tiene para ver más problemas de los que son realmente
posibles, y de casarse con la peor de las posibilidades. Estos, de alguna
manera, puede decirse que también son lo suficientemente realistas, aunque
todos llevados a un terrible extremo pesimista que, según entiendo, está
totalmente marcado por el miedo y la desconfianza que caracterizan a quien los
imagina.
“De niño había tenido que llevar gafas, nada fuerte, sólo cero coma setenta
y cinco dioptrías en ambos ojos, derecho e izquierdo. Era muy extraño que la miopía
volviera a molestarle ahora, a sus años. Con la edad uno se vuelve más bien présbita,
según había leído, y la miopía anterior remite. Quizá la suya no era una miopía
corriente, sino algo que no se podía corregir con gafas: cataratas, glaucoma, desprendimiento
de retina, un cáncer de ojo, un tumor cerebral que hacía presión sobre el
nervio óptico…”
En fin, si quieren saber cómo funciona la mente
de una ansioso y cómo el encuentro con una paloma puede llevar a que un hombre
quiera suicidarse, les invito a que pasen un buen rato (que tampoco será tan
largo) leyendo este relato.
© K. Sánchez (27/12/21)