El miedo de tentar al destino (reseña de “La tregua” de Mario Benedetti)

Teniendo conocimiento de lo icónico que es este título en la literatura latinoamericana y en la obra de Benedetti, llevaba en mi lista de lectura, quizás, unos diez años. Ahora que estoy haciendo un acercamiento un poco más insistente a las letras hispanas, tenía que pasar por la experiencia. Ya había tenido la oportunidad de leerle en su obra “Primavera con una esquina rota”, por lo cual ahora me hago una idea más completa de su estilo en general, y no podría decir que me decepcione de ninguna manera.

Portada del libro de la editorial Alfaguara
(edición de 2019).
No me faltan ganas de hacer un resumen general de la obra, porque el argumento me parece maravilloso para trabajarlo de esta manera y hacer ciertos apuntes importantes de acuerdo con la historia, pero, para esta ocasión, nuevamente mantendré la política de no-spoilers, sin que ello implique una vista superficial.

😎Básicos del libro: la lectura es sencillísima. Me atrajo mucho la practicidad porque, como está narrado a modo de diario, la mayor parte de los días traen anécdotas muy precisas y que no ocupan más de cinco minutos en su lectura, entonces, como se puede retomar y dejar con tanta facilidad, se termina el libro rápidamente.

Además, el estilo de Benedetti aquí, en correspondencia con el personaje principal, se siente bastante cercano a pesar de que, en sí, se trata de un hombre que no es precisamente “emocional” en primer plano, a pesar de que resulte cediendo un poco, a lo largo de la historia, a expresar con algo más de claridad sus pensamientos y sus sentimientos en cuanto al amor, a la vida y a las relaciones sentimentales a su edad.

Eso también, considero, es un punto interesante: verlo desde una versión primaria del ocaso de la vida de un hombre, a mediados del siglo XX en una ciudad latinoamericana (la novela se desarrolla en Montevideo, precisamente), quien está cercano a pensionarse y que, además, ha vivido gran parte de su vida en soledad a partir de la muerte de su esposa, y que, por determinadas razones, se dedicó, a partir de ello, a un intento frustrado de crianza de sus hijos y a su trabajo, básicamente.

Así se tiene un cuadro particular de nuestro protagonista, quien, después de veinte años, entra en un proceso de enamoramiento y… bien, ahí viene el fondo de la historia.

😍El fondo de la historia: si bien el escenario general es el que acabo de tratar de establecer, hay algunas cuestiones que alimentan la narrativa de una manera bastante provechosa y que hacen que el libro pase de ser solamente “un momento de un diario” a lo que puede clasificarse como “algo que vale la pena leer”.

Dejando de lado el desarrollo de lo que ya mencioné, el formato de diario en la literatura es precioso por la sensación de intimidad que deja: en el diario uno no se detiene para impresionar a nadie o para adornar con exceso lo que quiere expresar, así que se abre paso a la autenticidad plena. Y esta novela es un fiel intento de diario, porque uno se convence de que así fue.

Así como hay cosas que uno trata “de frente” con uno mismo y sin tanto recelo, hay otras que, por determinadas razones, uno se oculta voluntariamente o trata con menor importancia, como para que no se materialicen tanto las angustias, las sospechas o hasta las mismas esperanzas. Y más si se trata de personas que viven un tanto alejadas del reconocimiento de sus propias emociones o las tratan con cierta prevención, tal vez porque uno llega a sentir que está siendo demasiado transgresivo con la pasividad de su existencia.

“Pero quedó demostrado que Dios era incorruptible. Todavía el 6 de julio me permití anotar: «De pronto tuve conciencia de que ese momento, de que esa rebanada de cotidianidad, era el grado máximo de bienestar, era la Dicha», pero en seguida yo mismo me di bofetadas de alerta. «Estoy seguro de que la cumbre es un breve segundo, un destello instantáneo, y no hay derecho a prórrogas». Lo escribí fallutamente, sin embargo; ahora lo sé. Porque en el fondo yo tenía fe en que hubiera prórrogas, en que la cumbre no fuera sólo un punto, sino una larga, inacabable meseta. Pero no había derecho a prórrogas, claro que no.”

Entonces habrá detalles que se reconozcan directamente, otras de modo frío y sin gran descripción, y habrá espacio para otros que tengan enorme trascendencia por lo que signifiquen para cada cual en el transcurso de sus días. Por ejemplo, Martín, nuestro protagonista, hace referencia a su situación familiar y a la vida de sus hijos, manifestando también algunos puntos controversiales para la época; habla de situaciones de algunos de sus amigos y de la manera en la cual se relaciona con estos, lo cual también le lleva a recordar algunas anécdotas de su infancia. Se reconstruye suficientemente (no de manera exhaustiva) el contexto que justifica su personalidad.

Pero el centro de la novela es la historia de amor, y es en la que menos quiero inmiscuirme. Es el punto que siempre causó más reticencia, incertidumbre y ansiedad a Martín, quien, a pesar de presentarse como un sujeto al que no le interesaban los “asuntos del corazón”, resultó completamente enamorado, en un lapso bastante corto, y no precisamente por causa de un amor a primera vista.

El despliegue más bonito de la obra viene justamente con el reconocimiento del estado de enamoramiento del protagonista, porque es encantador ese temor con el que se acerca al tema y, así, como quien no quiere la cosa, resulta pensando tanto en ello que se ve obligado a admitir que, a sus años y en su situación, quiere “sentar cabeza” y atreverse a probar el amor después de que, según su concepto, había pensado que era algo que ya no tenía cabida para él (y que tampoco añoraba). A pesar de todos los miedos posibles, de todas las probabilidades catastróficas y escenarios poco alentadores, decidió tentar al destino.

“Martes 9 de julio

¿Así que tengo miedo de que dentro de diez años ella me ponga cuernos?”

Se siente, entonces, demasiado, el cambio que tiene él mismo en su discurso a partir de dicho acontecimiento. Y sí, uno se identifica, porque la vida cambia de perspectiva cuando se abre el corazón con consciencia, tanto como para esperar las afrontas que vengan de afuera y para estar dispuesto, a futuro, a luchar contra las incertidumbres y dificultades que se presenten. Pero esas sombras se hacen un poquito menos turbias porque tienen, de fondo, esa lucesita del amor que no las hace ver tan terribles.

Sin embargo (y a modo de reflexión a partir de lo leído –y de lo vivido), esto es lo que hace parte de la decisión personal al admitir y aceptar el amor, incluyendo lo que conlleva la declaración del mismo (ser rechazado o aceptado), su denominación (sea un noviazgo o una relación informal), su materialización (desde los aspectos sexuales hasta los puramente sentimentales y las ramitas que se despliegan allí, en cuanto a ese tipo particular de amistad que, necesariamente, surge de una relación) y los modos de exteriorizarlo y proyectarlo a futuro, dependiendo siempre, reitero, de la decisión propia. Claro está, media necesariamente la decisión de la contraparte, que, para este caso, si bien tenía arandelas curiosas (muy justificables), nunca resultó ser algo inmanejable.

“«A ese otro planteo, la imaginación popular, que suele ser pobre en denominaciones, lo llama una Aventura o un Programa, y es bastante lógico que usted se asuste un poco. A decir verdad, yo también estoy asustado, nada más que porque tengo miedo de que usted crea que le estoy proponiendo una aventura. Tal vez no me apartaría ni un milímetro de mi centro de sinceridad, si le dijera que lo que estoy buscando denodadamente es un acuerdo, una especie de convenio entre mi amor y su libertad. Ya sé, ya sé. Usted está pensando que la realidad es precisamente la inversa; que lo que yo estoy buscando es justamente su amor y mi libertad. Tiene todo el derecho de pensarlo, pero reconozca que a mi vez tengo todo el derecho de jugármelo todo a una sola carta. Y esa sola carta es la confianza que usted pueda tener en mí».”

Así, la otra cara de las cuestiones que dependen de una persona se refleja, justamente, en el azar, que no depende más que del destino y sus mandatos; de esa esfera gigantesca de la fatalidad que siempre nos acompaña y nos rodea y que, casualmente, tendemos a ignorar por la misma inercia que viene del simple hecho de contar con una vida y cierto tiempo para actuar. De la manera en la que se afronten los dictados de dicha providencia se desprenderán, entonces, las decisiones que tomaremos después, dependiendo solamente de cómo nos permitamos cicatrizar las heridas a las que, sin remedio, estamos expuestos por la vulnerabilidad propia que tiene sus raíces en esos corazones demasiado humanos y que, seguramente por eso, tienen trozos de divinidad perdidos y enterrados en el fondo.

“Pero a mí me falta decisión, me falta estar seguro. ¿Usted ha pensado alguna vez en el suicidio? Yo sí. Pero nunca podré. Y eso también es una carencia. Porque yo tengo todo el cuadro mental y moral del suicida, menos la fuerza que se precisa para meterse un tiro en la sien. Tal vez el secreto resida en que mi cerebro tiene algunas necesidades propias del corazón, y mi corazón algunas exquisiteces propias del cerebro».”

© K. Sánchez (26/07/22)

Reseña de “Rashōmon y otros cuentos” de Ryūnosuke Akutagawa

Después de la trilogía de Natsume Sōseki (Sanshiro, Daisuke 💘 y La puerta) quise oxigenarme, en cuanto a mi ciclo de lectura de obras japonesas, con algunos cuentos. Así, me pareció entonces que esta era una ocasión propicia para darle una lectura más cercana a Ryūnosuke Akutagawa (de quien quedé muy interesada luego de leer a Osamu Dazai), y a quien había tenido la oportunidad de leer en algunos cuentos cortos ocasionalmente, sin que me hubiera significado demasiado maravilloso.

Ahora, para mi propia sorpresa y satisfacción, esta colección de cuentos me ha resultado ES-PEC-TA-CU-LAR. Akutagawa tiene un estilo que no había encontrado previamente en autores japoneses -lo que no significa que se desprenda del estilo típico de estos, claro. A pesar de la barrera emocional que se impone como tal en este tipo de literatura, no podría decir que Akutagawa tenga personajes “planos” o que requieran un acercamiento más profundo con el lector: logra trascender perfectamente lo que podría, inicialmente, considerarse un impedimento.

En 'Rashomon' (1950) de Akira Kurosawa.
Amé su simbolismo. Me resultó muy grato tratar de descifrar el fondo de sus historias. Me encantó la crudeza y la dosis de surrealismo que incluye, así como ese tono descarnado que tiene, y esas “chispitas” de lirismo con las que salpica hasta lo más macabro.

Estas son mis breves opiniones sobre cada historia:

  • Rashômon: lindo trasfondo. Me gustan los elementos simbólicos que protagonizan la historia, más que los personajes mismos (que también me resultaron llamativos a pesar de su escasa descripción). El escenario es espectacular.

🌟🌟🌟🌟🌟

  • La nariz: lo gracioso es la seriedad con la que maneja esa sátira tan poderosa.

🌟🌟🌟

  • Kesa y Moritô: adoré la técnica de la narración (narrar desde el punto de vista de ambos personajes). Muchas emociones entre líneas.

🌟🌟🌟🌟

  • En el bosque: la misma técnica narrativa de “Kesa y Moritô”, pero con más personajes. Me pareció mucho más atractivo el fondo de la historia.

🌟🌟🌟🌟

"De todos modos, para poseer a la mujer había que eliminar al hombre. Pero le aclaro, señor, que yo mato con katana, y no como ustedes, que matan con el poder, con el dinero, hasta con el pretexto de hacer un favor. Es cierto que no derraman sangre y sus víctimas siguen viviendo; pero así y todo son muertos, sombras de vivos. Si medimos los alcances del delito, es muy difícil fijar quién es más criminal, yo o ustedes. [Sonríe con ironía]."

  • El biombo del Infierno: llevaba mucho tiempo sin enamorarme de un cuento. Esto es espectacular: la temática es preciosísima, da para varias interpretaciones a lo largo del texto, es exageradamente cruel, macabro y hermoso al mismo tiempo. Es una genialidad.

🌟🌟🌟🌟🌟

"Pero éste, a su vez con los labios apretados y sonriendo a intervalos con sarcasmo, no apartaba la vista del carruaje. Y en medio de las llamas… ¡Ay! No tengo fuerzas para daros los detalles del suplicio. La blancura de su rostro ahogado por el humo, los largos cabellos en desorden arrebatados por las llamas y sus hermosas ropas ardiendo como una tea… Imposible concebir una visión más despiadada. Sobre todo, cuando el viento cesó por un instante, el humo se desplazó hacia el lado opuesto a donde nos hallábamos, y pudimos ver con verdadero horror cómo en medio de esa hoguera, que parecía despedir chispas de oro, agonizaba una bella criatura forcejeando dolorosamente por quitarse las cadenas de su cuerpo. El espectáculo mostraba con elocuencia los tormentos del Infierno. Un estremecimiento nos sacudió a todos."

  • Un cuerpo de mujer: sólo es una perspectiva curiosa.

🌟🌟

  • Sennin: no me resultó lo suficientemente interesante.

🌟

Así, les ofrezco mi lista de opiniones para que, en caso de que quieran conocer al brillante, maravilloso y espectacular Ryūnosuke Akutagawa 😍 (sí, ya estoy plenamente convencida de que lo es), elijan con tranquilidad según mi humilde concepto, cualquiera de las historias que conforman la colección.

😎Bonos extra: recomendadísima la adaptación de Akira Kurosawa (de “Rashômon” y “En el bosque”) y esta reseñita de la misma para que le echen un ojo.

Superpoderes peligrosos (reseña de "El hombre invisible" de H. G. Wells)

De H. G. Wells tengo recuerdos maravillosos desde que leí "La máquina del tiempo". Si bien no soy tan allegada a la ciencia ficción, ni mucho menos a la ficción distópica (y que, para adentrarme más en el ambiente, terminé leyendo también “El señor de las moscas”), hace mucho tiempo tenía la curiosidad de hacer esta lectura.

Tenía la impresión de que, tal como en las adaptaciones cinematográficas de “El hombre invisible”, el trasfondo de la historia estaría más guiado hacia el suspenso o hacia el error. Me encontré con algo completamente distinto y eso, definitivamente, llenó mis expectativas.

Charlie, con disfraz de "El hombre invisible"
en escena de "Marriage story"
(captura de decider.com)

Con razón del permiso que me concede el título para hacer ciertos spoilers, sí se trata de un hombre que se vuelve invisible, esto a partir de experimentos científicos que tuvo la oportunidad de realizar con ocasión de su profesión. Ahora, ¿qué hay de curioso en todo el asunto? Es normal haberse preguntado, en algún momento de la vida, qué se sentirá ser invisible y cómo, de ser el caso, se aprovecharía tal “superpoder”. Pues, es momento de ver una ficción que trata el asunto con todos sus pormenores.

La primera parte del libro, paradójicamente, la encontré totalmente graciosa. Si bien el trasfondo misterioso que conlleva el saber de un hombre que tiene que vendarse la cara, ponerse unos extraños lentes oscuros, cubrirse con un sombrero y evitar, a toda costa, ser observado con mayor interés (imposible con tal vestimenta, claro, además del extraño equipaje con el que viajaba, sin mencionar su temperamento, siempre alterado y explosivo), los primeros episodios en los que se narra su escape y su intento de adaptación en el pequeño y poco supersticioso (¿?) poblado de Sussex.

Así, entre los diversos episodios que se dan a partir de estas interacciones, llama mucho la atención la actitud y las hipótesis curiosas e inocentes de los habitantes del pueblo, que trataban de averiguar el motivo de la misteriosa actitud del recién llegado, quien, además, aprovechando su invisibilidad y tratando de lidiar con las penosas consecuencias de la misma, entraba a las casas de los vecinos para tomar algo de dinero y poder continuar con sus experimentos.

“—Le agradecería que no me metiera los dedos en el ojo —dijo la voz de la figura invisible con tono enfadado—. La verdad es que tengo todo: cabeza, manos, piernas y el resto del cuerpo. Lo que ocurre es que soy invisible. Es un fastidio, pero no lo puedo remediar. Y, además, no es razón suficiente para que cualquier estúpido de Iping venga a ponerme las manos encima. ¿No creen?”.

La segunda parte del libro (no es que esté dividido formalmente así) la encontré con un sentido ya mucho más angustiante y hasta existencialista, si se me permite usar el término de un modo un tanto laxo. En este momento, Griffin (el hombre invisible) se encuentra con un viejo compañero de universidad, Kemp, a quien procede a narrar su historia para darle razón del motivo de su invisibilidad y de cómo había ido a parar a una situación tan insoportable en el momento actual: no contaba con dinero para continuar sus investigaciones y, al momento, la invisibilidad resultaba ya más un inconveniente que una ventaja.

“Perdí el conocimiento y me desperté, sin fuerzas, en la oscuridad. Los dolores habían cesado. Pensé que me estaba muriendo, pero no me importaba. Nunca olvidaré aquel amanecer, y el extraño horror que sentí, al ver que mis manos se habían vuelto de cristal, un cristal como manchado, y al ver cómo cada vez eran más claras y delgadas, a medida que el día avanzaba, hasta que al final logré ver el desorden en que estaba mi cuarto a través de ellas. Lo veía a pesar de que cerraba mis párpados, ya transparentes. Mis miembros se tornaron de cristal, los huesos y las arterias desaparecieron, y los nervios, pequeños y blancos, también desaparecieron, aunque fueron los últimos en hacerlo. Apreté los dientes y seguí así hasta el final. Cuando todo terminó, sólo quedaban las puntas de las uñas, blanquecinas, y la mancha marrón de algún ácido en mis dedos. Traté de ponerme de pie. Al principio era incapaz de hacerlo, me sentía como un niño de añales, caminando con unas piernas que no podía ver. Estaba muy débil y tenía hambre. Me acerqué al espejo y me miré sin verme, sólo quedaba un poco de pigmento detrás de la retina de mis ojos, pero era mucho más tenue que la niebla. Puse las manos en la mesa y tuve que tocar el espejo con la frente. Con una fuerza de voluntad enorme, me arrastré hasta los aparatos y completé el proceso. Dormí durante el resto de la mañana, tapándome los ojos con las sábanas, para no ver la luz; al mediodía, me desperté, al oír que alguien llamaba a la puerta. Había recuperado todas mis fuerzas”.

Al adentrarse en la historia de Griffin se encuentra el lector con un personaje totalmente desadaptado, carente de empatía y hasta de sensibilidad, la cual se había exacerbado mucho más con la toma de ciertos medicamentos, todo lo cual había sucedido con el propósito de la búsqueda del perfeccionamiento de sus experimentos.

A pesar de la desdicha que narra el protagonista (muy sentido, si se me pregunta, y que comenta muchos momentos en los cuales es inevitable reconocer su soledad y su desventura), esto no era óbice para que dudara en robar, asesinar a otras personas, producir gran cantidad de daños y aprovecharse del dominio que le daba su nuevo estado. Y, justo esto último, puede decirse, propició tal nivel de complacencia en nuestro protagonista que, realista o no, se propuso dominar y aterrorizar al mundo.

“—Le prometo que ya no es un ser humano —dijo Kemp—. Estoy tan seguro de que implantará el Reinado del Terror, una vez que se haya recuperado de las emociones de la huida, como lo estoy de estar hablando con usted. Nuestra única posibilidad de éxito es adelantarnos. Él mismo se ha apartado de la humanidad. Su propia sangre caerá sobre su cabeza”.

En este momento borré la línea en la cual les comentaba el final de la historia para darle más fuerza a mis argumentos previos, pero siento que no es necesario hacerlo (no me esperaba ese final, tampoco, así como sé que ustedes no esperaban que yo escribiera todo esto para, entonces, no decidirme a decirles cómo terminaba la historia para este extraño sujeto).

En general, me gusta mucho el manejo que Wells hace con la ciencia ficción porque no llega a ser excesivo con la terminología (que es algo que, por ejemplo, me ha alejado de autores como Leopoldo Lugones cuando trata de involucrar conceptos de física y de química de modo tan estricto que un lector “común y corriente” pierde el hilo de la narración) y, aunque tampoco sea totalmente reduccionista, se entiende cuando trata de explicar algún fenómeno en el campo de la ciencia –independientemente de su realidad, claro–, y las personas del común no corremos espantadas.

Además de este punto a favor, siempre he considerado que la prosa de Wells es muy amigable para el lector en general, y me siento especialmente atraída hacia ella porque no se queda solamente en lo sorprendente de la historia, pues lo que hay escondido entre sus líneas da también cuenta de que dota a sus personajes de una consciencia honda, y que siempre constituye un grato detalle para los que vamos buscando algo más que una historia emocionante. Es curioso pensarlo desde la perspectiva en la que, quizás, hasta el vacío tiene sus significados y quizás, es otro modo de plantearse que “lo esencial es invisible a los ojos”, como bien dijo Antoine de Saint-Exupéry.

P.D.: todas las películas que conozco sobre "El hombre invisible" son terribles. Ninguna para recomendar.

© K. Sánchez (03/07/22)

La inherente miseria humana y el papel de la fatalidad – Reseña de “El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes”, de Tatiana Tibuleac

Esta lectura (de Tatiana Țîbuleac, novela escrita en 2016) tiene mezcladas una buena cantidad de cosas complicadas y súper. Ofrece, además d...