Reseña de “Encuentros secretos” de Kōbō Abe

Se trata de mi primera lectura de Kobo Abe, al que llegué por Akutagawa. Kōbō Abe fue un escritor japonés de pleno siglo XX y que, según tenía como referencia, tenía un toque bastante particular para explorar la individualidad del ser humano, así como la sociedad, desde un punto de vista más bien surrealista y kafkiano. A mí no me gusta mucho el surrealismo, pero sí tengo especial afición por lo siniestro, así que fue una buena oportunidad para salir de mi zona de confort.

Al iniciar la lectura, me pareció tan compleja y tan extraña que estuve a punto de abandonar el libro después de unos 10 minutos de lectura. Pero apareció este párrafo y me animé:

“Ahora, no me importa que después supriman este preámbulo en el caso de que les parezca innecesario. Dejo la decisión en manos del caballo”.

Portada del libro (editorial Eterna Cadencia)
¿Dejar la decisión en manos del caballo? ¡Del caballo! Pudo más mi curiosidad y tuve que leer el libro hasta el final. Era algo demasiado raro como para dejarlo pasar.

Tengo que admitir que es una historia de la que no podría hacer un recuento lineal o entendible, tal como suelo hacerlo en el “modo resumen” de mis reseñas, porque tanto la manera de narrar como la temporalidad que se maneja en la narración juegan bastante con uno como lector. Es normal terminar sesiones de lectura y sentir que uno no sabe qué es lo que está leyendo, ni poder soltarlo fácilmente en palabras. Y cuando uno es aficionado a la lógica, este tipo de lecturas cuestan un montón.

En un resumen absurdamente global, esta es una historia en la cual llega una ambulancia a la casa de un matrimonio y se llevan a la mujer para el hospital, sin existir de por medio justificación alguna. La novela narra lo sucedido al hombre durante toda la odisea (y la palabra se queda cortísima) a la que se enfrentó en su búsqueda. Puede parecer simple, pero les aseguro que es todo lo contrario.

Es una locura, tanto así que a quien lee el libro le toca estar siempre atento para no perder detalles sobre el contexto. Se trata de un hospital que, además de ser como una república independiente, es un espacio dedicado a la práctica experimentos sexuales, y en el cual se pasa totalmente por alto la privacidad individual, esto con miras a obtener placer. Está repleto de laberintos (no me sería posible trazar un mapa ni nada parecido para orientar), de funcionarios misteriosos y corruptos (incluyendo el caballo) y de enfermedades difíciles de imaginar, como la algodonosis:

“Al día siguiente se hospitalizó, pero al parecer ya era tarde. El cuello, las nalgas, las orejas, las tetas, todo el cuerpo estaba lleno de algodón. El médico nos dijo que deberíamos quitárselo antes de que se expandiera, y papá y yo nos dedicamos durante varios días seguidos a recolectar algodón. Los brazos y las piernas se veían grotescos como si los huesos se vistieran con guantes y calcetines estirados. A medio año de hospitalizada, murió con el corazón invadido por el algodón, pobrecita. Nos dejó tres cajas repletas de algodón y decidimos hacer con eso una cobija. Yo la quería para mí, pero papá la donó al museo a cambio de un diploma, diciendo que era un objeto demasiado siniestro. Parece que todavía la exhiben en el museo, pero es mía”.

En esta obra está impregnada una fuerte irreverencia hacia cualquier principio o convención social, sobre todo en el ámbito sexual, y hay cosas exageradamente retorcidas (como el caballo, nuevamente) y repugnantes; se hace también una referencia a la pederastia. Es bastante explícita, sobre todo, en este sentido.

Llamó también mi atención encontrar entre líneas numerosas alusiones a la soledad. Si bien el protagonista se encuentra totalmente solo en su búsqueda, rodeado por personas en las que no puede confiar y que buscan sólo obtener su tajada, me quedó la sensación de que esto sucedía con cada personaje. Y así, en esa extrema soledad, es cuando se devela toda esa fatiga existencial que se empieza a presentar por la excesiva desconfianza y la confusión misma de todo el cuento. Me agradaron todos esos reveses expresados en ironías descarnadas:

Oye, eres un hueso duro de roer. ¿Cuándo vas a comprender lo feo que puede resultar un cuerpo sano? Mientras la historia de los animales es un proceso de evolución, la Historia Humana no es sino una evolución retrógrada. ¡Vivan los monstruos, que son encarnaciones de los grandes débiles!”.

Quedo maravillada con todas las cámaras ocultas que se encuentran regadas en cada línea, que muestran sin piedad un tono cada vez más decadente hasta llegar a un final desolador y terriblemente realista.

© K. Sánchez (26/10/21)

¿Realmente hay vidas dañadas? Reseña de “Indigno de ser humano”, de Osamu Dazai

Terminé la lectura de Kokoro hace un tiempo y me topé con esta recomendación, y como me gustan los dramas y los ambientes depresivos, me animé a su lectura. Lenguaje sencillo, sin necesidad de adornos excesivos, pero con pasajes que invitan al lector a la introspección constantemente. Y sí, realmente es trágico. Aunque no sorprende el final, creo que uno siempre está esperando a ver qué es aquello tan terrible que hizo el protagonista para calificarse a sí mismo como “indigno de ser humano”.

Imagen del manga "Uzumaki" de Junji Ito.
Sobre su autor, Osamu Dazai, es la primera vez que lo leo (ya había comentado que apenas estoy explorando la literatura japonesa), y me parece apropiado y suficiente comentar en este momento que hay muchos apartes de su vida que se encuentran entremezclados en esta novela.

Me he enterado de que hay un cómic de la novela, este del artista Junji Ito, y una serie de anime llamada “Aoi Bongaku”, cuyos 4 primeros episodios están basados en esta novela (los 8 restantes en otras obras de literatura japonesa, incluyendo a Kokoro).

👀💗 Si vas a leer el libro:

Es una novela corta (se lee en una tarde) con un ambiente más bien invariable, impregnado de disertaciones que evocan la desesperanza, el miedo y la frustración en general, y cómo este tipo de situaciones pueden llegar a ser tremendamente caóticas, especialmente cuando hay de por medio seres humanos de carácter más bien débil y pusilánime.

Considero que lo importante en esta obra no reside realmente en el transcurso de la historia, que se va volviendo sumamente predecible durante la trama, sino que tiene sus raíces puestas en la manera de ver el mundo y de sentir de Yozo, el protagonista. Su propia percepción es lo que forma la narración (en primera persona), lo cual resulta fundamental para entender el fondo de la historia (la cual pasa a un segundo plano): no todas las personas percibimos las cosas del mismo modo.

Creo que es un libro curioso cuando quien lo lee ha sufrido de depresión. Es más fácil ponerse en los zapatos del otro (en este caso, de Yozo) cuando uno se ha enrollado en este tipo de espirales que cada vez depredan con más voracidad los pequeños atisbos de luz que da la existencia ocasionalmente; hay momentos en los que es más fácil huir con medidas pasajeras, en vez de dar la cara a nuestros demonios. Y hay muchas personas que no logran salir con vida.

Así, si el lector está interesado en el tema y gusta de una lectura sórdidamente pesimista, desesperanzadora y brutal, llena de disertaciones crudas sobre la existencia humana, podría tener un rato agradable.

👾 Si no vas a leer el libro, te lo cuento:

Probablemente haya lectores interesados más en el desarrollo de las historias y las aventuras de los protagonistas, por lo cual me queda muy claro que esta lectura no sería apta para cualquier público, pues, como ya he dicho, su esencia está en la manera en la que Yozo plasma su manera de ver las cosas.

“Me pregunto si soy feliz. Desde pequeño me han dicho muchas veces que soy afortunado; pero mis recuerdos son de haber vivido en el infierno. Esos que me tildaron de dichoso, al contrario, parecen haber sido incomparablemente más felices que yo”.

La novela recoge acontecimientos claves desde la niñez hasta la adultez de Yozo. Se califica a sí mismo como un niño enfermizo, que solía pasar numerosos meses en cama (es posible, incluso, que su personalidad pudiera ser fruto de alguna enfermedad); temeroso de la dureza del corazón humano, constantemente preocupado por agradar a los demás, en busca de una máscara perfecta para esconder sus verdaderos sentimientos de temor. Nunca se calificó a sí mismo como un ser desalmado o criminal, que es lo que uno podría esperar cuando se encuentra con el título del libro. Al contrario, se puede afirmar que era una persona muy empática y que podía captar cuando otros tenían vidas similares a la que él llevaba:

“Existe la palabra “marginados”, que denota a los infelices, a los fracasados y a los descarriados en la sociedad humana; pero yo creo que lo soy desde el momento en que nací. Por eso, cuando me cruzo con alguien calificado de “marginado”, de inmediato siento afecto por él. Un afecto que llena todo mi cuerpo de un arrobamiento de ternura”.

A medida que crecía se encontraba cada vez con que el ser humano era peor de lo que imaginaba. Incluso narra haber sido víctima de abuso por parte de una criada cuando era niño. Aprendió entonces, desde una corta edad, a ocultar sus sentimientos y pensamientos reales haciendo reír a los demás con múltiples bromas intencionales (y le causaba un horrible pánico cuando sospechaban que todo era una actuación). Pero de este modo logró sobrellevar la vida en la niñez y en la adolescencia, siendo la pintura el único mensaje que traducía su realidad, a pesar de que nunca hizo públicas sus creaciones por miedo a levantar sospechas ante otros sobre su verdadero ser.

Quiso estudiar pintura en la universidad, pero al ser otro el designio de su padre, no tuvo problema en obedecer. Fue a Tokio entonces para hacer sus estudios universitarios y convertirse en funcionario. Así llegó la época de las malas decisiones, de esas que no tienen vuelta atrás: prostitutas, tabaco y alcohol, esto en compañía de un hombre llamado Horiki, también estudiante, que le enseñó este mundo y gozó a sus expensas.

De mucha importancia saber que, en muchas ocasiones, a las personas a las que les cuesta sentirse tranquilas para expresarse, relacionarse con otros y no sentir presión en el intento, les viene muy bien el alcohol debido a sus efectos desinhibitorios, que crean una atmósfera de alegría pasajera. Por la misma razón, estas son personas con alguna potencialidad para hacerse adictas, por ejemplo, al alcohol, el cual encontró en Yozo a una víctima perfecta.

A propósito de este tipo de conductas autodestructivas, Yozo resultó tomando todo el dinero que le daban sus padres para satisfacer sus deseos y, de paso, siendo usado por Horiki para el mismo fin. Siendo hijo de una familia bien acomodada, vivía en una posada con menos de lo necesario, y buscaba dinero sólo para comprar sake barato. La adicción era brutal e inminente.

Es también curioso conocer cómo transcurrió su vida con las mujeres. Muchas se enamoraban de él, quien parecía no darse cuenta o decidía ignorarlas conscientemente. No estaba hambriento de sentimientos de amor ni buscaba una relación de pareja, aunque hubo mujeres presentes en muchos acontecimientos importantes en su vida. Y las mujeres solían sentir hacia él algún tipo de cariño parecido a aquel que lleva a querer proteger a otros (un instinto maternal, podría ser).

Conoció a una mujer llamada Tsuneko, que, según su percepción, era tan miserable como él, y fue el único momento de su vida en el que sintió algo como el amor:

“Aunque esa mujer no dijo: “¡qué tristeza!”, su cuerpo estaba envuelto en una profunda tristeza silenciosa, una corriente de miseria de unos tres centímetros que circulaba sobre ella. Al acercarme a ella, mi cuerpo quedaba también envuelto en esa corriente, mezclándose con la de mi punzante melancolía “como una hoja muerta que se pudre en el fondo del agua”. Por fin me había librado del miedo y la angustia”.

Y en una noche que pasaron juntos decidieron suicidarse en conjunto lanzándose al mar en Kamakura (episodio con raíces autobiográficas). Tsuneko murió y a Yozo lo llevaron al hospital, lo cual generó un alborozo en la prensa local porque él venía de una familia de renombre. Cuenta haber llorado mucho después de lo sucedido, aunque tuvo suerte de que le diagnosticaran una dolencia pulmonar y le dejaran libre de asuntos judiciales luego de lo sucedido.

No siendo capaz de mantenerse por sí mismo, ya que su adicción no se lo permitía, encontró personas que lo mantuvieron. Así, su próxima relación con una mujer se dio debido a esta necesidad. Ya que tenía alguna habilidad para el dibujo, gracias a ella logró que publicaran algunas tiras cómicas obscenas de su autoría en periódicos de bajo rango. Entonces podía comprar su propio sake y seguir retorciéndose en su propia miseria diariamente:

“Por la ventana se veía una cometa atrapada entre los cables eléctricos, azotada y rasgada por el viento polvoriento de primavera; y aun así parecía aferrarse a los cables, agitándose como en movimientos afirmativos. Cada vez que la veía no podía evitar sonrojarme con una sonrosa amarga. Incluso se me aparecía entre sueños”.

Tuvo otra relación importante con una mujer llamada Yoshiko, a quien se describe como una mujer joven, ingenua y muy confiada (tanto que nunca llegó a dudar siquiera de Yozo). Y así, un pequeño relámpago de felicidad le iluminó brevemente: quiso casarse con ella y tratar de buscar así “la felicidad”. Así lo hizo, a pesar de lo complicado que fuera en la práctica.

Aparece nuevamente Horiki buscando dinero para beber y, como es evidente, Yozo no es de esas personas que puedan decir no, lo cual es más impensable si se trata de alcohol. Este aparecía y desaparecía constantemente, mas esta vez Yozo se atreve a pensar lo siguiente:

“Tuve un sobresalto. En el fondo, Horiki no me trataba como a un ser humano sino como a un deshonrado que escapó a la muerte, un fantasma imbécil, un cadáver viviente; y su amistad sólo consistía en utilizarme al máximo para sus placeres. Por supuesto, estos pensamientos no fueron nada agradables; pero, pensándolo bien, era comprensible que Horiki me viese de esa manera, ya que desde niño era indigno de ser humano, y quizá fuera muy razonable que hasta él me despreciara”.

Así es. También es típico de perfiles de baja autoestima justificar a las personas que les maltratan. Y bien, a falta de tragedias y malos ratos, para completar este recorrido lleno de desgracias, un hombre violó a Yoshiko en su propia casa, mientras él estaba presente, bebiendo con Horiki. Es también de no creer su reacción, pues no hizo absolutamente nada, además de sentarse a llorar y seguir bebiendo.

Después de la deshonra cometida, el matrimonio empezó a decaer, pues Yoshiko vivía ahora fundida en sobresaltos y temores permanentes, e incluso se sentía atemorizada en presencia de Yozo; ya no sonreía y andaba muy ensimismada, como avergonzada. Yozo, a su vez, se refiere a este momento como decisivo en su vida, relatando que a partir de ello perdió totalmente la seguridad en sí mismo y su temor hacia la humanidad creció de un modo insuperable.

Días después trató de suicidarse con una sobredosis de medicamentos, pero no lo consiguió. Y no había pasado mucho tiempo cuando empezó a vomitar sangre. Se preocupó por su salud y fue a una farmacia cercana, cuya dueña era una mujer lisiada que, también, se sintió atraída por ese no-sé-qué que tenía Yozo y que tan útil era para endulzar a las mujeres. Le recetó entonces algunos medicamentos, indicándole que no volviera a beber y que, a cambio, podría inyectarse morfina.

Error evidente y ya se vislumbraba más próximo el muro de este callejón sin salida: efectivamente, Yozo dejó el licor y se hizo adicto a la morfina. A pesar de que cada día necesitaba más, la mujer de la farmacia conseguía las que él le pedía, y ya su deuda era enorme con ella. Como último recurso, escribió una carta a su padre buscando dinero, pero nunca recibió respuesta.

Y la historia se cierra aquí cuando lo llevan al manicomio. Fue retirado por uno de sus hermanos después de la muerte de su padre. Yozo hace referencia a que éste había sido el causante de todo su sufrimiento (aunque no se hacen referencias explícitas a esto durante toda la narración). Fue llevado a vivir a una casa a las afueras de un pueblo, con una mujer mayor a su servicio. Cuenta, entonces, haber perdido cualquier deseo de luchar o de sufrir a partir de todo aquello:

“En mi existencia ya no existe la felicidad o el sufrimiento. Todo pasa. Esa es la única verdad en toda mi vida, transcurrida en el interminable infierno de la sociedad humana. Todo pasa. Este año cumpliré veintisiete. Tengo ya tantas canas que aparento haber pasado los cuarenta”.

No se dice nada acerca de su muerte ni de lo sucedido a partir de ello. Sólo queda el vacío en el corazón de quien lo lee, de quien medita largamente en las constantes confesiones del autor; de aquel a quien no le puede quedar más que la plena certeza de que, probablemente, en este mundo hay vidas que, por alguna razón, están dañadas 💔

© K. Sánchez (22/10/21)

Reseña de "Los tres impostores" de Arthur Machen

Esta obra me llamó muchísimo la atención y me pareció sumamente divertida, tanto por su forma como por su contenido. No había tenido ocasión de leer un libro que estuviera formado por relatos de horror independientes (todos de muy buena calidad, tengo que admitirlo) que sirvieran como excusa para entretener al lector, porque no tienen absolutamente nada que ver con la “carne” del relato como tal.

Si bien la historia de base resulta muy sencilla, esto no significa que se pueda descalificar por este motivo. No hay que prestar excesiva atención para entender lo sucedido, aunque uno tiende a desconfiar y a volverse paranoico al leer este tipo de libros.

Así, el astuto relleno de la historia central se encuentra conformado por varias mini-historias:

- La novela del valle oscuro
- La novela del sello negro
- La novela de la doncella de hierro
- La novela del polvo blanco

Todas con buena carga de horror, de diferentes tipos, pero la segunda y la cuarta me parecieron maravillosamente logradas (pronto les obsequio una en el blog), esto sin dejar de reconocer la bellísima pluma de Machen para darle entera pulcritud a lo sobrenatural, a lo angustiante e, incluso, a lo repugnante.

Estas narraciones son contadas por diferentes interlocutores, los cuales cuentan con algún interés especial dentro del tema central. Cada personaje cobra interés especial y todo logra tener sentido luego de que se narra “La historia del joven de anteojos” y, para cerrar, se debe regresar al inicio del texto para poder decir "ya terminé la lectura". Esa jugada siempre me parece brillante cuando se sabe hacer.

📚 Comentarios para el potencial lector:
  • La recomiendo para quienes gustan del cuento y del horror (sobrenatural y psicológico).
  • Es una apuesta muy interesante por la manera en la que se entremezclan los cuentos en la historia, sin ninguna necesidad de limitarse a una colección.
  • Impresionante y siempre recomendada la literatura de Machen. Seguro agrade a lectores de H.P. Lovecraft, entre otros.

© K. Sánchez (22/10/21)

Reseña de “Las tinieblas” de Leonid Andréiev (1906)

Se trata de una novela corta bastante acalorada por la misma frustración que destila cada uno de sus párrafos. Transcurre, sencillamente, en una conversación entre un revolucionario y una prostituta.

En esta narración lo más trascendente, según mi concepto, es lo relacionado con la percepción que tienen de sí mismos los protagonistas y sus dilemas morales, su modo de expresarlos y la manera en la que se ven representados en la sociedad (o la impresión que se han llevado de sus roles).

Si bien el papel del hombre revolucionario se pone en total contraposición con el de la prostituta, esto es algo que no se desentraña del todo en el texto. Simplemente se pone de presente la imagen que cada uno tiene de sí, de la bondad o maldad que han interiorizado según su papel (o entre el ser “honrado” y ser “canalla”) y, seguramente, según sus propios ideales. Es una viva imagen de aquellos momentos de caos en los que hasta la propia percepción sufre un colapso y termina autodestruyéndose:

“(…) Su vida, incomprensible; su obra, inútil, privada de sentido. Era como si alguien con manos de hierro hubiera quebrado su alma como se quiebra un palo contra la rodilla. No hacía mucho tiempo que estaba en aquella habitación, unas horas apenas que había llegado de fuera, de su mundo; pero le parecía que llevaba en aquel lugar toda su vida, al lado de una mujer medio desnuda, oyendo música y ruido de espuelas. Tenía la sensación de no haber salido jamás de aquella casa. No sabía si se encontraba en la cúspide de la vida o en un abismo; lo único que sabía era que estaba contra todo aquello que aún seguía siendo su vida, su alma”.

La fuerza de los sentimientos de los protagonistas se expresa vívidamente desde sus mínimos comportamientos y actitudes, habiendo en un corto lapso episodios de llanto, gritos, golpes, risas nerviosas, silencios, humillaciones, desvaríos y hasta muestras de afecto. Pero algo de lo que uno queda seguro es que cada una de estas muestras está saturada de una profundidad indecible:

“Esta actitud le desconcertó completamente. No sabía ya qué hacer. Aquello era estúpido, imprevisto, caótico. Encogiéndose de hombros, volvió a guardar en el bolsillo el revólver inútil y empezó a recorrer el cuarto a grandes pasos. Dio varias vueltas. Liuba seguía llorando. De pronto, se detuvo ante ella con las manos en los bolsillos y la miró. Lloraba frenéticamente, desesperadamente, con sollozos que parecían la exteriorización de unos sufrimientos inhumanos, como se llora por una vida perdida o por algo aún más importante que la vida. Todo su cuerpo se sacudía con pequeños estremecimientos, como si la quemaran lentamente”.

El texto está plagado de miedo y de una histeria contenida, que apenas se desborda suavemente. Es una narración que recuerda al lector la fragilidad de la propia estima y de sus ideales, siempre dependiendo de la percepción individual que sirve de antesala a cada una de las existencias humanas. Al fin y al cabo, la naturaleza está tan rellena de luz como de tinieblas:

“—Bebo a la salud de los ciegos de nacimiento. Saquémonos los ojos porque da vergüenza mirar a aquellos que no ven. Si nuestros ojos no pueden servirnos de linternas para iluminar las tinieblas de la vida, arranquémoslos y ¡viva la noche! Si todo el mundo no puede entrar en el paraíso, no lo quiero para mí. ¡Abajo la luz, vivan las tinieblas!”

📚 Comentarios para el potencial lector:
  • Buena idea si se busca un libro para leer en un par de horas.
  • Es interesante por el trasfondo psicológico de la conversación que se da entre los personajes. Si lo que el lector busca es paisajes e historias de fondo, aquí no las hay.
  • Nada idealista y más bien pesimista. Aunque lo que más resalto es la desfiguración de la percepción (tanto propia como del mundo) que se da constantemente a lo largo de la historia.
© K. Sánchez (06/10/21)

¿Quién tiene realmente el control? Reseña de “El asiento del conductor” de Muriel Spark

Soy lectora poco recurrente de novelas contemporáneas. Incluso, podría decir que no recuerdo cuál fue la última que leí, si no cuento las adscritas al género de terror, claro está. Pero vi las opiniones de la parte trasera del libro y me llamó la atención, además de que es una lectura corta.

Entonces investigué que Muriel Spark fue una novelista nacida en Edinburgo, que vivió entre 1918 y 2006, famosa por sus novelas, poemas y ensayos. Sólo quiero comentar que revisé un poco su biografía y vi un documental en YouTube sobre ella y quedé más encantada de lo que ya estaba. Así, si están googleando “mujeres famosas en la literatura” o “libros escritos por mujeres”, definitivamente, en su lista tiene que estar esta mujer.

Dejo también un pequeño parrafito que obtuve de la lectura de un artículo (en inglés, para quien interese) en el que se entrevistaba a Penelope Jardine, quien convivió con la escritora durante bastantes años (aunque no es dado concluir que tuvieran una relación sentimental):

“Cuando Spark "ocasionalmente clavaba la daga" era devastadora, pero, sobre todo, disfrutaba de la compañía de su amiga y la encontraba menos difícil que los demás: "Era una persona muy complicada en algunos aspectos, y muy sencilla en otros. Era bastante fácil llevarse bien con ella, muy fácil hablar con ella. No era una esnob y no era imponente con lo que hacía. De hecho, normalmente te sentías bastante bien en su presencia. Sentías que podías hacer cualquier cosa ".

👀💓Si vas a leer el libro:

Resulta un tanto retador hacer una reseña de este libro sin ser abusiva con la expectativa del lector potencial. Puedo señalar que la protagonista es una mujer de unos treinta-y-tantos años, empleada de una empresa, que se va a tomar unas extrañas vacaciones (cuyo objeto no puedo revelar). La autora hace muchas referencias a conductas, ademanes y pensamientos de Lise (la protagonista) que hacen que uno como lector se cuestione permanentemente qué tipo de situaciones se deben ocultar tras un modo de pensar y de hacer tan particular como el de ella.

El libro es enrevesado. Uno no siente en ningún momento que sepa o que tenga alguna idea del motivo que propició “el final”, ni al inicio, ni en la mitad, ni faltando dos páginas para concluir la lectura. Me refiero a “el final” (así, entre comillas), porque el narrador suelta lo que sucede en el desenlace casi desde el principio, pero no hay ninguna pista en el entramado. Así, aunque uno ya sepa en qué termina todo, nunca sabe cómo carajo llegó a suceder, y eso que uno está atento a cada personaje. Y, para colmo, la narración no va en una típica línea recta, sino que va del presente al pasado sin avisar previamente. Loquísimo.

Y es la misma sensación que me llevé al terminar el libro. Me dije a mí misma: “no entendiste, ¿cierto?”, así que fui a buscar reseñas y opiniones en la web, y di un suspiro de alivio cuando me di cuenta de que, aparentemente, muchos estaban en la misma situación que yo. Tienes que pararte a pensar y a revisar todas las piezas que pudiste obtener si deseas tener algo medianamente claro en tu cabeza.

😖Si no vas a leer el libro:

“Avanza por la calle ancha, buscando en los escaparates el vestido que necesita; el vestido necesario. Lleva los labios entreabiertos; ella, que por lo general los aprieta por la censura que a diario le merece la empresa de contabilidad en la que ha trabajado sin interrupción, si se exceptúan los meses de la enfermedad, desde que tenía dieciocho años, es decir, dieciséis años y unos cuantos meses. Cuando no está hablando o comiendo, suele tener los labios tan apretados como las rayas de un balance general, perfilados en línea recta por su anticuado carmín. Una boca juzgadora e inapelable, un instrumento de precisión, un celador minucioso (…)”.

Bueno, bueno. Entonces elaboro mejor el cuento: nuestra protagonista, Lise, tiene un ataque de llanto, un poco perturbador, en su oficina, y su jefe le indica que sería bueno que tuviera unas vacaciones. Interesantísimo (a pesar de que parezca una trivialidad) saber que Lise compró un “abrigo de rayas rojas y blancas que Lise lleva desabrochado sobre su chocante vestido de cuerpo amarillo y falda estampada en uves de color naranja, malva y azul” para irse a su viaje, bastante estrafalario y de mal gusto, pero que llamaba la atención de muchas personas (aparentemente era algo que ella buscaba por voluntad) y que se va a seguir mencionando durante toda la historia. Me tomé la atribución de dibujar el atuendo, esto a pesar de mi inexperiencia en el tema, sólo a propósito de ser más ilustrativa 😆

Atuendo de Lise, según K.
Y lamento decir los hechos que configuran el final, pero esto fue anunciado en el capítulo 3 (de 7):

“Mañana por la mañana la encontrarán muerta de múltiples heridas de arma blanca, las muñecas atadas con un pañuelo de seda y los tobillos sujetos con una corbata de hombre, en los terrenos de una villa deshabitada, en un parque de la ciudad extranjera adonde la conduce el vuelo en el que embarca ahora mismo por la puerta 14”.

Y el día de su muerte inicia cuando va a partir a su destino (no se enuncia cuál era, pero en algún lugar de la web leí que podía ser Italia, y que probablemente ella viviera en Dinamarca, y sé que esto no tiene ninguna importancia, tampoco), siendo este un día suficientemente convulso y particular. Se encuentra en el avión con dos hombres que nos interesan: un tipo de traje que le rehúye porque, según confiesa, teme a la presencia de Lise por algún motivo (incluso, se cambia de asiento), y Bill, quien coquetea con ella, le roba un beso y le cuenta que es un “gurú” de la macrobiótica que va de viaje para montar un movimiento juvenil relacionado con dicho estilo de vida. Lise acepta verse con él en las horas de la noche, a pesar de reconocer que este no era “su tipo”.

Ya en el hotel, Lise se encuentra con una anciana (la señora Fidke), con la que comparte el taxi hasta un centro comercial y decide pasar el día con ella. El modo en el que transcurren las conversaciones entre ellas es bastante raro, pues yo me quedo con la impresión de que Lise sólo hacía un monólogo, aunque a veces le prestaba atención a su compañera.

Uno de los temas de los que conversaron fue sobre un sobrino de la anciana, que venía de viaje también para el mismo lugar, a hospedarse en el mismo hotel, y que había estado en una clínica, y que había que comprarle un detalle para su llegada y que, quién sabe, podía ser “el tipo” de Lise (y todas las “y” fueron intencionales). Porque esto también se vuelve manifiesto en la historia: Lise se dio estas vacaciones porque iba en busca de alguien que fuera “su tipo”, pero es un concepto que toma formas muy diferentes a lo largo de toda la historia.

Otro vuelco da la historia cuando se presenta una protesta en la ciudad y Lise se separa de la anciana debido al caos que se generó instantáneamente, como resultado de los enfrentamientos de estudiantes con la policía. Resulta un poco sucia y desecha por todo el ajetreo, y su abrigo manchado con aceite. Se encuentra entonces en un taller de mecánica y, al ser insultada por el dueño (quien creyó que era estudiante y que, por lo tanto, era causante de los daños de la protesta), y me permito citar lo que respondió:

“—Miren mi ropa. Me la acabo de comprar. Más me valdría no haber nacido. Ojalá mis padres hubieran practicado el control de natalidad. Ojalá se hubiera inventado la píldora entonces. Estoy mareada y me encuentro muy mal”.

Lise conversa un poco con el dueño del establecimiento. Este se ofrece a llamar a primeros auxilios, a lo cual ella se niega. Sólo quiere un taxi, pero el hombre insiste hasta que ella acepta, sin mucho agrado, que la lleve en su automóvil. En el camino, este se desvía, a lo cual ella responde:

“—Deténgase ahora mismo o saco la cabeza por la ventana y pido socorro a gritos. No quiero sexo con usted. No me interesa el sexo. Mis intereses son otros, de hecho, tengo un proyecto que cumplir. Le digo que frene”.

De todos modos, Carlo (el conductor) no obedece y trata de abusar de ella, pero Lise es más hábil y logra salir del auto. Luego de algún forcejeo, sube nuevamente  y, ahora en el asiento del conductor, escapa.

Más tarde se encuentra con Bill, el gurú de la macrobiótica que le recordaba que no se debía beber más de tres vasos de líquido al día ni orinar más de dos veces (las mujeres dos veces, los hombres tres) y que su variante de la dieta le exigía un orgasmo diario. Iban en su auto, camino a una cena con una familia de otros adeptos a la macrobiótica, cuando Lise le pidió tomar cierto camino para ir al Pabellón.

Aparentemente, había algo del Pabellón que llamaba mucho la atención de Lise, aunque nunca se dijo qué era. El caso es que, estando allí, Bill también trató de forzarla a tener relaciones sexuales (sí, en la calle, detrás de unos arbustos), pero ella logró zafarse y salió en su auto, mientras algunos transeúntes llamaban a la policía para que le detuvieran.

Nuevamente en el asiento del conductor, Lise regresa a su hotel y allí se encuentra con el extraño sujeto de traje que sintió temor de ella en el avión. Se acerca decididamente y lo obliga a salir con ella, mientras tira de su brazo. Antes de subirse al auto, forcejea con ella. Una vez adentro, el joven le dice:

“—No se quién eres. No te he visto en mi vida —dice él.

—Eso es lo de menos. Llevo todo el día buscándote. Me has hecho perder el tiempo. ¡Menudo día! ¡Y pensar que había acertado a la primera! Esta mañana, nada más verte, supe que eras tú. Tú eres mi tipo”.

Lise sabía, según la información que le había dado la señora Fidke, que su nombre era Richard y que había estado dos años en la cárcel antes de ser ingresado en un manicomio, esto por haber acuchillado a una mujer, a pesar de no haberla asesinado. Lise tiene la certeza de que Richard, “su tipo”, era un maniaco sexual.

Salieron en el auto y Lise condujo nuevamente hasta el Pabellón, mientras ella le mencionaba muchas cosas que conocía sobre su oscuro historial. Y, como ella llevaba las riendas, le ordenó al perturbado Richard:

“—Ahora me tumbo ahí y tú me atas las manos con el pañuelo. Pondré una muñeca encima de la otra, como se debe. Luego tú me atas los tobillos con la corbata y me lo clavas. —Indica la garganta—. Primero aquí —dice antes de señalarse un punto debajo de cada pecho— y luego aquí y aquí. Después, donde te apetezca.

—No quiero —protesta él, mirándola fijamente—. No era mi intención. Yo tenía otros planes. Deja que me vaya.

Lise desenfunda el abrecartas, comprueba el filo y la punta y comenta que no son muy cortantes, pero que servirán.

—No se te olvide que es curvo.

(…)

—Nada de sexo. Puedes hacerlo después. Me atas los pies, me matas y se acabó. Los que vengan por la mañana lo recogerán.

Pese a todo, se hunde en ella al mismo tiempo que levanta el abrecartas”.

Lamento la transcripción tan larga, pero este, así como los demás apartes que decidí citar, me parecen totalmente relevantes para entender mejor la historia y las conclusiones a las que llego. Lise supo desde el comienzo exactamente lo que deseaba: morir, pero no deseaba suicidarse.

Buscaba a “su tipo”, no un novio, sino un sujeto indicado para asesinarla. ¿El motivo? Enfermedad mental. Al inicio de la reseña cité un aparte en el que el narrador señala que Lise tenía una enfermedad, mas nunca se dijo absolutamente nada sobre ello ni el tema se volvió a mencionar.

El comportamiento que se aduce a la protagonista, según lo que el narrador busca que el lector ponga bajo la mira, correspondía al de una mujer tremendamente inestable, con accesos de euforia, de llanto y de enojo sin mucha relación entre sí y que van y vienen sin previo aviso (trastorno afectivo bipolar). La insistencia en recordar la posición de sus labios, siempre rígida, para mí es signo de ansiedad constante.

A pesar de ello, se obtiene de Lise la idea de que es una mujer muy determinada y segura de sí misma, que no le teme siquiera al ridículo porque, aparentemente, nunca piensa en la opinión de los demás. También es lo suficientemente calculadora: ella misma lleva en su bolso todos los objetos que requiere para que su asesinato se lleve a cabo (el pañuelo, la corbata y el abrecartas).

La idea más espléndida que me llevo de esta lectura es que la protagonista, a pesar de su trastorno mental, y a pesar de ser mujer (digo “a pesar” debido a los episodios desafortunados que tuvo con dos hombres que, el mismo día, tratan de abusar de ella), logra apoderarse del asiento del conductor, metafóricamente, y consigue su objetivo, dirigiendo ella con una macabra genialidad todos los acontecimientos que se le van presentando.

Y bien, también llamo la atención que, en el desarrollo de esta historia, según mi concepto, no había nadie mentalmente sano. Y es que, seguramente, a la mayoría de todos nosotros, hoy en día, también nos hace falta un tornillo.

© K. Sánchez (06/10/21)

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