La farsa de la propia identidad (reseña de “Confesiones de una máscara”, de Yukio Mishima)

"Di una mentira mil veces y se convertirá en verdad”, es una frase que se la atribuye a Joseph Göbbels en los albores de la segunda guerra mundial, hecho histórico y frase que, casualmente, me vienen de maravilla para iniciar esta reseña.

Previamente había reseñado ya a Yukio Mishima en una lectura diametralmente distinta. Se trataba de “El rumor del oleaje”, un libro que desbordaba amor, simpleza y tranquilidad. Esta vez la experiencia fue otra con “Confesiones de una máscara”, novela de la cual traigo mi intento de reseña hoy (ahora mis escritos tienen crisis de identidad).

“Confesiones de una máscara” viene con un panorama completamente desolador, cuya atmósfera de ansiedad, confusión e inmoralidad se presenta de modo permanente en una narración en primera persona, en la cual el protagonista nos cuenta, en retrospectiva, la historia de su vida hasta el momento del episodio final (y no, no me refiero a la muerte).

San Sebastiano (oleo sobre lienzo)
de Guido Reni (Italia, 1615).
Me permito hacer algunos spoilers básicos e inofensivos solamente para aumentar curiosidades (y para darle algo de raíces a este texto). Primero, como ya lo había mencionado, el contexto de la narración se da en el marco del Japón de la segunda guerra mundial (hay varias alusiones al malestar social y personal que genera la posibilidad de la bomba atómica, por ejemplo). Hecha esta claridad, el segundo factor que pongo de presente es que, aparentemente, la crisis de identidad de nuestro protagonista está relacionada, en primer grado, con su orientación y sus deseos sexuales.

Así, de entrada, el toque que tiene la narrativa es, en una buena parte, de un carácter erótico que, a pesar de lo explícito, es absolutamente admirable. Tiene, quizás, la mejor (o una de las mejores) descripción de una escena de masturbación que haya leído hasta el momento, a propósito del deleite con la observación de la pieza artística del martirio de San Sebastián.

Si bien esta, a mi parecer, es la pieza fundamental que da pie al desarrollo del pseudo-carácter del protagonista, pongo también como uno de sus pilares cierta apetencia por instintos relacionados con la crueldad y ciertas ansias de superioridad y dominio, relacionadas con el sadismo, que también expresa deliciosamente en algunas ocasiones:

“Conduces a la víctima a una curiosa columna hexagonal, y lo haces llevando oculta, a la espalda, una cuerda. Entonces atas su desnudo cuerpo a la columna, colocándole los brazos por encima de la cabeza. Procuras que ofrezca mucha resistencia y que grite mucho. Das a la víctima una detallada descripción de su próxima muerte, y mantienes en todo momento una extraña e inocente sonrisa en tus labios. Sacas del bolsillo un cuchillo muy afilado, te acercas a tu víctima y le cosquilleas levemente, como acariciándolo, la tensa piel de su pecho con la punta del cuchillo. Da un grito de desesperación y retuerce el cuerpo en un intento de esquivar el cuchillo. Jadea, rugiendo aterrado. Le tiemblan las piernas y sus rodillas entrechocan produciendo un seco sonido. Lentamente introduces el cuchillo en el pecho. (¡Sí, ése es el indignante acto por ti cometido!). La víctima arquea el cuerpo, emite un desolado y desgarrador chillido, y un espasmo estremece los músculos alrededor de la herida. El cuchillo ha sido clavado en la carne estremecida con la misma calma con que hubiera sido enfundado. Salta un chorro de sangre burbujeante, y la sangre sigue manando hacia los suaves muslos de la víctima.”

Digna de tener en cuenta es la dualidad que surge a partir de su sentimiento permanente de culpa en cuanto a su deseo reprimido de dar rienda suelta a sus deseos reales (el cual da paso a llenar el título de la novela, con motivo de la adaptación que debe hacer de su personalidad para mostrarse adecuadamente a la sociedad- y que, de paso, me trae recuerdos del protagonista de “Indigno de ser humano” -mi reseña más visitada). Varias veces hace mención a su cobardía y al deseo de “escape”, al suicidio y temas aledaños, a su permanente sensación de inconformidad con su existencia. Al fin y al cabo, el carácter reflexivo de esta narración es lo que le dota de encanto:

“Fue un doloroso despertar. ¿Por qué tenían que cambiar las cosas? Las preguntas que me había formulado infinitas veces desde la infancia acudieron de nuevo a mis labios. ¿Por qué llevamos todos la carga del deber de destruirlo todo, de cambiarlo todo, de entregarlo todo a la caducidad? ¿Será ese desagradable deber eso que la gente llama vida? ¿O yo soy la única persona para quien es un deber? Por lo menos, no cabía la menor duda de que yo era el único que consideraba que el deber era una carga onerosa.”

Es curioso darse cuenta de las diferencias que el protagonista establece para identificar los vínculos que tiene por sus intereses relacionales en cuanto al género femenino y al masculino. Es interesante poner de manifiesto el carácter sexual, erótico, la “moralidad” de sus deseos, y su misma percepción, completamente inestable, de cada una de sus sensaciones y pensamientos al respecto.

Todos estos factores consolidan con mucha fuerza la crisis de identidad que, en todo sentido, se insertó en su personalidad y que, con motivo de las inseguridades y dudas en las que germinó; en medio de aquellas diatribas que, cuestionando las raíces de su propia moral y su percepción sobre el sentido de la existencia, dan paso a un sujeto del que el lector nunca puede tener una idea fija, pues no se sabe en qué capa de su discurso esté inmerso su verdadero “yo”:

“Incluso la excitación que en mí producía un atractivo efebo quedaba limitada al simple deseo sexual. Para dar una explicación superficial, diré que mi alma seguía perteneciendo a Sonoko. A pesar de que no tengo la intención de aceptar íntegramente el concepto a que voy a referirme, creo que el medieval esquema de la lucha entre el cuerpo y el alma puede aclarar un poco mi situación: en mi caso, mediaba un abismo, puro y simple, entre carne y espíritu. Sonoko representaba para mí la encarnación de mi amor a la normalidad en sí misma, mi amor hacia las cosas del espíritu, mi amor a lo imperecedero.”

Ahora, obviando lo icónico que resulta en cuanto a lo gay esta novela (y que, evidentemente, es lo que más salta a la vista en cualquier reseña), como yo también padezco mi propia crisis de identidad, doy un paso al lado y expongo que lo que ha rondado mi cabeza con mis reflexiones después de la lectura me lleva a hacer un símil entre la figura del protagonista (en esta fase de crisis de identidad, aclaro) y el Japón que dejó el paso de la segunda guerra mundial, que, desubicado y traumatizado con los sucesos, continúa en el declive y la paralización de su cultura por la tensión marcada con occidente (temática muy controvertida y señalada con insistencia en muchas otras obras de la literatura japonesa de la época, como, por ejemplo, “Daisuke”, de Natsume Soseki, una de mis novelas favoritas).

Entonces recuerdo también el origen del “Superflat” y a Takashi Murakami que justifica el origen de dicha corriente artística arguyendo que “Japón ha sido castrado y por eso no tenemos respeto por nuestra identidad cultural”. Me da la impression, justamente, de que el “Superflat” es una clase de materialización del protagonista de “Confesiones de una máscara”:

““Initially, ‘Superflat’ was a keyword I used to explain my work. Once I started using it, though, I found that it was applicable to a number of concepts that I had previously been unable to comprehend, including ‘What is free expression?’ ‘What is Japan?’ and ‘What is the nature of this period I live in?’” (fragmento de "WHAT IS SUPERFLAT?: A GUIDE TO TAKASHI MURAKAMI’S ART MOVEMENT").

"A flower forest", de Takashi Murakami.
Apenas normal y algo curioso es darles caracterizaciones similares a fenómenos que suceden a nivel individual y a nivel sociocultural. Me quedo, pues, con mi pregunta de por qué realmente es importante la identidad propia. ¿En qué momento puede llegar a constituir, la pregunta por el ser, un verdadero caos? La individualización de la forma que cada cual quiere ver –o que ve- frente al espejo puede desembocar en una rotunda negación o en una magnificación del propio ser (pregúntense, quizás, por trastornos de la personalidad, como el narcisismo, la disociación y las identidades múltiples, por ejemplo).

¿Hasta qué punto tiene que pagar el individuo con su propia estabilidad mental para sentirse “parte de”? Las carencias y la sociabilidad de la que está dotado el ser humano, por naturaleza, le llevan a querer validarse ante los ojos de los demás, aunque el nivel al que esto sucede y la relevancia para cada sujeto depende, también, de variables en la cultura misma.

Al menos, al día de hoy, las barreras han tendido a disminuir un poco y, aunque en cada experiencia hay múltiples factores que condicionan el ser y el deber-ser, es posible afirmar que, al menos en los espacios más cosmopolitas, se tienen puertas más abiertas para la libre expresión, y para que muchas personas tengan la opción de mostrar sus opiniones y sus preferencias (ahora, el ser y el quiero-ser, gracias a los engaños múltiples de las redes sociales… pero eso es harina de otro costal).

De todos modos, siempre estaremos expuestos a ese tipo de desviaciones. Al menos, sería lindo saltarse un poco las barreras de la moralidad impuesta sin cuestionamientos suficientes.

© K. Sánchez (29/10/22)

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