Entre la maternidad y la tragedia (Reseña de "La mujer de treinta años", de Honorè de Balzac)

 “A nosotras, las mujeres, la civilización nos trata peor de lo que nos trataría la naturaleza. La naturaleza nos impone penas físicas que ustedes no han sabido aliviar, y la civilización ha desarrollado unos sentimientos que ustedes engañan sin cesar”.

 

Hace muchos años ya, cuando tenía 15 años, leí una novela llamada Eugenia Grandet que encontré en la biblioteca de mi colegio. Era la primera vez que leía a Balzac y, efectivamente, quedé prendada de su prosa desde entonces. 15 años después habré leído unas 15 novelas suyas, y cada vez que empiezo una nueva me brillan los ojitos. Y bien, justamente, ahora, a esta edad, me he topado con La mujer de treinta años para ver qué tenía que decir uno de mis autores favoritos al respecto (el juego de números fue coincidencia: no suelo planear tan bien las cosas).

Como hasta hace poco tiempo inicié con este ejercicio de las reseñas para poner a prueba mi memoria, no tengo mis impresiones sobre los libros anteriores de Balzac. Así que veré cómo me va en este extraño intento por reseñar esta obra.

La comedia humana
(Scartol, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons)
Para los poco cercanos al autor, les comento que Honorè de Balzac fue un escritor francés del siglo XIX, uno de los mayores representantes del realismo (género del que me enamoré perdidamente) y que se propuso realizar 137 obras para un proyectó que denominó La comedia humana (aunque llegó sólo a 87) y que relatan, en general, los ires y venires de la sociedad francesa de aquellos tiempos mediante cada una de sus historias.

👀💓 Si vas a leer el libro:

La mujer de treinta años es, como bien se imagina, una obra en la que la protagonista es una mujer. En esta novela se evidencia que Balzac tenía una gran intuición y conocimiento del sexo femenino y de sus más profundos sentimientos, de lo cual hace gala tremendamente aquí, sobre todo en cuanto al tema de la maternidad y el amor. También el lector se encuentra con la lucha interna de la protagonista frente a las “leyes de la sociedad” y a las “leyes internas”, pues Julie, la protagonista, pasa por diversas tragedias que le llevan a cuestionarse su moralidad y su modo de actuar y de sentir en cada etapa de su vida.

El manejo de todas estas cuestiones es impecable, afirmación desde la cual recomiendo la lectura para quienes tengan interés en lo ya mencionado. Y bien, para el lector a quien le atraiga la tragedia también tendrá un buen ejemplar para entretenerse.

Aunque debo admitir que, entre lo que he leído de Balzac, no tiene un índice tan alto de este componente como otras (diría que se lleva un 6/10). Puede que mi percepción sea errada o yo no esté demasiado sensible estos días. Pero no puedo dejar de admirar la fuerte carga emocional que expresa en los estados anímicos de Julie y de Helene, elemento muy presente a lo largo de la obra y que la permea de emocionalidad constantemente.

“¿Quiere usted que estos árboles produzcan su follaje sin la savia que los hace crecer? ¡El alma también tiene su savia! Y en mí, la savia se ha secado en sus fuentes”.

Me quedo también con la impresión de que es una novela de alto contenido moral, pues hace mucha referencia al deber y al honor, tanto a nivel personal como a nivel social. Es cierto que Julie no tiene creencias religiosas, pero esto no interfiere de ninguna manera con su sentido del deber ni con el estricto cumplimiento de las leyes del mundo (a pesar de que estuvieran muy alejadas de sus propias convicciones).

Eso, se puede decir, está perfectamente plasmado hasta la primera parte del libro. Es que mi mente dividió el libro en dos partes: la historia de Julie hasta sus 30 años, aproximadamente, y luego, la historia de Helene, su hija. Si bien en esta segunda parte se entremezclan bastante las historias de estas dos mujeres, lo cierto es que Julie pasa a un segundo plano. Pero la novela finaliza centrándose nuevamente en ella.

Esto lo traigo a colación porque todas aquellas virtudes con las que se adornaba a Julie durante esta primera etapa de su vida se desdibujan un poco después. Cuando el relato se centra en Helene, es fácil darse cuenta de que “algo” ha sucedido con su madre, pues uno como lector puede llegar a calificar negativamente muchas de las cosas que hizo para con su hija.

Pero es momento de que el potencial lector juzgue por sí mismo, mientras me dirijo a reseñar el libro para aquellos que sólo tengan curiosidad.

👾Si no vas a leer el libro:

El relato inicia con un padre soltero y su joven hija, que acuden a una especie de espectáculo antes de que Napoleón partiera a campaña. Allí, el padre se percata de los sentimientos de su hija hacia el general d’Aiglemont, y le advierte de que no era un buen hombre para ella. A pesar de sus advertencias, Julie contrae matrimonio con él. Su padre muere poco tiempo después de este acontecimiento, pero no se dan detalles al respecto.

Una vez iniciada la vida matrimonial, Julie se da cuenta de que no era nada parecido a lo que ella esperaba (un fenómeno similar al sucedido con Madame Bovary, lo cual relaté en la correspondiente reseña, sólo que las dos mujeres tenían personalidades muy distintas), lo cual le generó una enorme tristeza y desencanto por la vida en general:

“Una vez sola, por la noche, en la habitación a donde me habían llevado con ceremonia, pensé en alguna travesura para intrigar a Víctor; y mientras lo esperaba sentía en el corazón unas palpitaciones semejantes a las que sufría antiguamente, durante el día solemne del 31 de diciembre, cuando entraba a escondidas en el salón donde se amontonaban los regalos. Cuando entró mi marido, y me buscó, la risa ahogada que dejé escapar bajo las muselinas que me envolvían fue el último estallido de aquella dulce alegría que animara nuestros juegos infantiles…”

Entonces la vida de Julie cambió radicalmente, e inmediatamente se empezó a notar en su semblante y en su comportamiento. Siendo una mujer hermosa y con gran aptitud para el canto, no se relacionaba en sociedad ni acudía a bailes y a otro tipo de entretenciones comunes en el París de esa época. Su marido no era ajeno a esto y, así, pasó de amarla ardientemente a aburrirse de ella. No tardó en tener un amorío con otra mujer, ni Julie tardó en darse cuenta.

Dado este escenario, el siguiente momento importante de su vida es cuando se introduce al relato la figura de Lord Grenville (quien era médico), personaje que estaba enamorado de Madame d’Aiglemont desde hacía buen tiempo, pero nunca había sido digno siquiera de una mirada suya. Este conoció a su marido debido a cuestiones de política y, en un momento, decidió ofrecerle ayuda para curar a su mujer, puesto que se atribuía que, según su comportamiento y su semblante, debía tener una seria enfermedad. Julie también aceptó.

Reconozco que en este punto esperaba encontrar, tal vez, algún cambio en la mentalidad de Julie que la llevara a tener un amorío con Lord Grenville, pues a estas alturas de la historia se notan los constantes dilemas morales que tiene la protagonista frente a lo que la sociedad exige de la mujer en contraposición a lo que ella misma quiere. Pero no fue así. Julie permaneció fiel a su matrimonio (no se puede decir que haya sido fiel a su marido) sólo por el influjo de las convenciones sociales. No pasó absolutamente nada entre ellos, aunque ambos se profesaban un amor inmenso.

Así, al ver el peligro que conllevaba el estar cerca de su amado, decidió separarse de él. Le dijo que nunca más volviera a verla, pero que se llevara la seguridad de que le sería fiel, pues ella no correspondía a su marido en ningún modo, esto a pesar de que a los ojos de la sociedad se comportara como una buena mujer e, incluso, gracias a ella su esposo hubiere llegado a alcanzar la fortuna que tuvo. Ese mismo orgullo la llevó a salir a flote en ese momento.

“Entonces resolvió luchar con su rival, mostrarse ante la sociedad, brillar en ella, fingir un amor por su marido que ya no podía sentir, seducirlo; después, cuando lo hubiera sometido a su poder mediante estos artificios, ser coqueta con él, tal como esas amantes caprichosas que se complacen en torturar a sus enamorados. Aquel odioso manejo era el único remedio posible para sus males. Así se haría dueña de sus sufrimientos, los ordenaría a su gusto, y los haría más escasos subyugando a su marido, domándolo bajo un despotismo terrible. No tuvo ya ningún remordimiento en imponerle una vida difícil”.

En este punto había, tal vez, alguna esperanza para Julie, quien, además, tuvo una hija llamada Helene. Pero no tardó en deshacerse ese leve atisbo de felicidad. Hubo un desgraciado acontecimiento en el que Lord Grenville, a pesar de la advertencia de Julie, volvió a verla, y ese fue el último día de la vida de su enamorado, pues este, por salvar su honor, se escondió fuera del tocador de Julie y amaneció sin vida. Víctor nunca supo lo que sucedió. Y sí, durante buena parte de la novela uno se hace a la idea de que es un hombre bastante torpe.

Luego de la muerte de su amor, Julie se aisló en una propiedad sola con su hija y su estado de salud decayó nuevamente, por obvias razones. Considero este uno de los momentos más importantes del relato, pues aquí Julie se cuestiona nuevamente su moral y aquella extraña costumbre de seguir las leyes de la sociedad, pero, adicionalmente, inicia su aversión hacia su propia hija, pues ella era consciente de que uno de los motivos para no haber cedido a escaparse con Grenville era su papel como madre. La vida de Julie se tiñe de negro.

“El grande, el verdadero dolor, sería pues un mal lo bastante mortífero para abrazar a un tiempo el pasado, el presente y el futuro, no dejar entera ninguna parte de la vida, desnaturalizar el pensamiento para siempre, inscribirse inalterablemente en los labios y la frente, aflojar o romper los resortes del placer, poniendo en el alma un principio de desagrado por cualquier cosa de este mundo (…)

Aunque se sentía joven, la masa de sus días sin gozo le caía sobre el alma, se la aplastaba, y la envejecía antes de tiempo. Con un grito de desesperación, preguntaba al mundo qué le daba a cambio del amor que la había ayudado a vivir y que había perdido”.

Aquí incluso hay un relato de cómo un sacerdote trató de convencerla para convertirse a la religión, sin éxito alguno al considerar que no había esperanza en un sujeto como ella, a quien siempre se retrató como una mujer muy racional y objetiva, consciente del destino y de la sociedad en la que se desenvolvía.

Durante esta época conoció a otro hombre, tal vez su segundo amor, el diplomático Vandenesse, quien estaba absolutamente asombrado de ella y la amó conociendo su pasado, su constante sentimiento de culpa y esa viveza mental que poseía a pesar de las circunstancias.

Según se entiende, tuvo un hijo de Vandenesse. Aquí llega otro momento importante en la novela, pues es cuando Balzac introduce a la historia la importancia de los treinta años en una mujer. Destina varias hojas a hacer una descripción muy precisa de esto, pero puedo resumirlo burdamente al decir que, en su concepto, la mujer antes de los 30 es inocente e inexperta, y así tiene ciertos encantos en correspondencia con esta etapa, en la que apenas vislumbra una mínima parte de la vida. Mas una vez superada esta edad, se está ante una mujer que tiene experiencia, que ya ha aprendido muchas cosas con el matrimonio, que ya no idealiza, que ve la vida desde una perspectiva muy particular según lo vivido y que tiene lo suficiente para formarse un concepto del mundo y de la vida, lo cual la hace particularmente vivaz y complementa su belleza, esto a pesar del paso de los años.

Aquí se ve a una Julie feliz, plena y enamorada. Y aparece en escena Helene, una niña de unos 7 años que, por el contrario, parece muy desdichada. Tiene un hermano al que envidia debido a que su madre le prefiere (evidentemente, al ser hijo del ser amado). Y en una salida al campo se presenta un acontecimiento que marcará la vida de las dos mujeres: Helene empuja a su hermano menor y, sin intención, le lanza por una pendiente y cae a un río, donde se ahoga y muere.

La historia tiene entonces un vuelco y aquí se da más protagonismo a Helene. La aversión que su madre tenía hacia ella se incrementó y, según parece, se volvió sumamente fría y dura con ella. Es entonces cuando se ve desfigurado ese carácter tan firme y tan correcto con el que se había presentado anteriormente, pues, si bien el relato se paraliza durante varios años, solo queda al lector el trabajo de deducción.

Es como si sólo Julie hubiera vivido por norma y se hubiera dedicado (tal vez inconscientemente) a odiar a su hija, pues su presencia le recordaba los peores momentos de su vida. Y fue así como, debido al cruel trato prodigado por su madre, Helene vivió en una terrible depresión y odiándose a sí misma. Viene una época de alguna “normalidad” que no se relata, pero se entiende que Julie tuvo tres hijos más con su esposo.

Se narra un acontecimiento en el que un hombre joven entra a casa de la familia a pedir asilo, esto luego de haber asesinado a un sujeto de renombre. Al enterarse (máximo una hora después), Víctor se dispone a despedirlo inmediatamente de su casa, pero Helene expresa su deseo de irse con él, pues esto sería al menos mejor que la muerte que quería darse en ese momento. Y así sucedió, pues partió con él y no lograron encontrarla, aunque Víctor se percató de que su madre había tenido alguna extraña influencia en todo lo sucedido durante esa velada (no entraré en detalles).

Años después, debido a los extraños saltos que da la vida, Víctor se fue a recuperar su fortuna (sí, la perdió, junto con la de su mujer) en viajes en barco hacia Latinoamérica. En un intempestivo encuentro en el que casi muere a manos de la tripulación de otro barco, se encuentra sorpresivamente con que el capitán de este era el “raptor” de su hija Helene, quien le perdonó la vida y le llevó con su hija, quien había viajado con él durante todos aquellos años y que, efectivamente, tenía todos los lujos que cualquiera pudiera imaginar, además de felicidad y cuatro preciosos hijitos.

Entonces aquí el lector apresurado diría: “¡oh, pues al menos alguien ha tenido un final feliz!” Pero recordemos que la historia puede cambiar su tinte en una página, que fue lo que aquí sucedió. El barco donde navegaban Helene y su familia naufragó, y sólo ella pudo escapar con un hijo de brazos. Llegó en un terrible estado a una posada donde, también casualmente, se encontró con su madre. Fue imposible salvarles y fue así como Julie vio morir a Helene, su primera hija.

Pero las desgracias para Julie no paran. Muere su esposo y otros dos hijos suyos, quedándole sólo su hija menor, Moïna, a quien se pinta como una niña mimada y voluntariosa. Siendo Moïna su única esperanza, esta le da todo el dinero que posee para su dote y logra casarla con un hombre bien acomodado.

Pero las cosas no funcionan bien, y aquí se marca otra etapa fundamental en la vida de Julie: su vejez. Con apenas cincuenta años, aparenta tener muchos más. Carga con todos los pesares del pasado, con todas aquellas decisiones que no fueron bien tomadas, con su afán por cumplir siempre las normas de la sociedad y demás. Y ahora suma a su larga lista de penas el rechazo y los malos tratos de Moïna (que siempre los recibió con la cabeza baja, incapaz de corregirle o llevarle la contraria en ningún aspecto, llegando incluso a temerle), además de su preocupación al ver que su comportamiento no estaba siendo el adecuado para una dama de su nivel (aparentemente, tenía un amorío justamente con un hijo de M. de Vandenesse).

Y fue así como, luego de una discusión con su hija, el impacto que esta tuvo sobre su estado ya tan alterado le provocó la muerte. Creo que, después de todo este hilo de angustias, se demoró bastante en ceder a su petición.

Balzac's statue in the Cimetière du Père-Lachaise 
(Coyau / Wikimedia Commons)
Es clave tener en cuenta que Julie siempre se arrepintió de no haber obedecido a su padre, pues fue quien le advirtió de no contraer matrimonio con Víctor. Y también es básico reconocer que la existencia de Helene, su primera hija, siempre fue un elemento que ella tomó como disruptivo, pues no la separaba de las continuas desgracias que le acaecían. No sé si entendible sea o no, pues no soy madre, pero hay que prestarle mucha atención a lo fundamental que resulta el significado y la vivencia de la maternidad en el desarrollo de toda la historia.

Y me despido con un fragmento de esta novela y que encaja perfectamente en la mayoría de obras de Balzac (casi siempre al final se dan este tipo de referencias):


“Entre estos dos corazones, hay un solo juez posible. ¡Y este juez es Dios! Dios, que suele depositar su venganza en el seno de las familias, y usa eternamente a los hijos contra las madres, a los padres contra los hijos, a los pueblos contra los reyes, a los príncipes contra las naciones, a todo contra todo; substituyendo en el mundo moral los sentimientos por los sentimientos, tal como las hojas jóvenes empujan a las viejas en primavera; actuando con vistas a un orden inmutable, con un objetivo que sólo Él conoce. Sin duda, todo va a parar a su seno, o mejor aún, a él regresa”.

© K. Sánchez (24/09/21)

El corazón de la angustia (reseña de Kokoro, de Natsume Soseki)

Siguiendo con mi ciclo experimental de literatura japonesa, en la que apenas estoy incursionando, me llamó la atención la lectura de Kokoro (traducido como “corazón” al español), obra de Natsume Soseki (1867-2916), el cual es uno de los escritores de más renombre en la historia de dicho país. Y es que es imposible ponerlo en duda, dado que su imagen apareció en los billetes de 1000 yenes:

Portrait of Kinnosuke Natsume (pen name: Sōseki Natsume)

Es importante resaltar la influencia que tuvo la literatura inglesa en su obra, esto debido a que estudió Lengua Inglesa en Londres, y donde adquirió algunas experiencias que marcaron el estilo y el fondo de su producción literaria. También es importante tener en cuenta que esta obra está ambientada en la era Meiji (esto es, la “Era del culto a las reglas”).

Si vas a leer el libro 💗:

En este caso, no puedo hacer ningún tipo de incursión abusiva en la trama. Puedo decir que la historia se divide en tres partes, pues, inicialmente, el narrador de la historia, un joven universitario que vive en Tokio y es mantenido por sus padres, conoce a un hombre al que denominará como “Sensei” a partir de ese entonces, a quien empezó a frecuentar (diría yo que obsesivamente) debido a su carácter enigmático, independientemente de que éste le tratare de modo un tanto soso y despectivo en ocasiones.

En la segunda parte de la historia, el narrador relata algunos sucesos en relación con una enfermedad que su padre padece, así como el ambiente que se empieza a vislumbrar a partir de haberse graduado de la universidad. El papel que juegan en la psique del narrador algunas conversaciones sostenidas con su Sensei empiezan a tener mayor relevancia.

Y en la tercera parte, Sensei se decide a contar su historia, la cual es la base del libro en estricto sentido, pues luego de este relato no se menciona lo sucedido finalmente con el narrador principal. Es aquí donde el nombre del libro cobra sentido y donde esa sensación de inconcreción dispuesta a lo largo de la obra llega a su cumbre y estalla.

Si no vas a leer el libro 👹:

En este caso, comenzaré la reseña del libro a partir de la tercera parte, esto es, cuando Sensei se dispone, finalmente, a contar su historia al narrador principal por medio de una carta, luego de haber evadido siempre, durante su amistad, tratar cualquier tema que tuviera que ver con su pasado.

Sensei decide acceder a este desahogo, según lo entendí, para evitar que su joven amigo incurriera en errores similares a los que él cometió en su juventud y que, desgraciadamente, cubrieron el resto de su vida de una amarga sombra de la cual nunca se pudo deshacer. Esa es la segunda razón por la cual decide contar su historia: porque nunca había tenido la ocasión de contársela a nadie, y ya no había nada que perder debido a que había tomado la decisión de suicidarse una vez enviada la carta.

Tengo que confesar que, durante la primera y segunda parte del libro, me resultó un poco difícil compaginarme con el libro, pues se denota bastante el carácter sobrio y reservado del narrador (notoria influencia de la tradición), que manejaba una prosa sin ningún tipo de adorno. Iba siempre al punto (capítulos cortos) y no se vislumbraba pista alguna sobre el nudo de la historia.

Así, al iniciar la tercera parte y ver que Sensei tenía el propósito de suicidarse, hay una motivación más clara para continuar la lectura. Y bien, trataré de contar la historia de Sensei resumidamente.

La personalidad de Sensei estuvo muy marcada por dos episodios clave: primero, una traición sufrida a raíz de la ambición de un tío suyo y de su familia, quienes, a la muerte de sus padres, trataron de quedarse con la mayor parte de sus bienes (y lo lograron). Al darse cuenta del verdadero propósito de sus parientes, Sensei, que ya estaba estudiando en la universidad, empezó a adquirir un carácter bastante desconfiado. Finalmente, decidió enfrentar a sus parientes y tomó decisiones drásticas: pidió el dinero que le quedaba de su herencia y decidió no volverlos a ver nunca. Resalto este párrafo en el que expresa su sentir después de lo sucedido al respecto:

“Aún no he tenido ocasión de cobrarme mi venganza, pero creo que estoy haciendo algo mucho más grande que vengarme solo contra una persona concreta. No solo he aprendido a odiarlos a ellos, sino a la humanidad entera a la que ellos pertenecen, y a quien representan. Eso ya es venganza suficiente para mí”.

El segundo episodio clave de su vida tiene su inicio en el momento en el que decide ir a vivir a la casa de la viuda de un militar (Okusan), quien tenía una joven hija (Ojyosan), mientras culminaba sus estudios en la universidad. Se adaptó a la vida con las dos mujeres, lo cual le brindó cierta sensación de tranquilidad, y resultó enamorándose de Ojyosan (al estilo japonés de la época, claro, es decir, sin decir absolutamente nada a nadie ni mostrar una sola gota de emoción), pero decidió mantenerlo en secreto debido a que se le dificultaba leer el comportamiento tanto de la madre como de la hija.

En este momento entra en escena un amigo de la infancia de Sensei, a quien se le llamará K a lo largo de la historia. K es descrito como una persona de unos ideales bastante ascéticos, al haber sido criado por un monje budista, y que era guiado por sus propósitos de “esfuerzo y abstinencia”. Siempre fue admirado por Sensei, quien lo consideraba una persona de gran inteligencia y de una moral muy elevada.

Sensei se entera de que K, quien también está cursando sus estudios en la universidad en esta época, ha tenido algunas dificultades familiares y percibe en él un aspecto algo enfermizo y que, a la larga, podría resultar perjudicial para su salud. Por lo tanto, lo convence para que vaya a vivir con él a la casa de Okusan, esto con el objetivo de mejorar su estado de ánimo y suavizar un tanto su carácter.

Una vez instalados ambos en la misma casa, Sensei se da cuenta de que, si bien su propósito inicial empieza a dar frutos (pues ahora se relaciona más con las mujeres de la casa y ya no se encuentra tan ensimismado como de costumbre), nace también una preocupación: siente celos de K, pues sospecha que está tratando muy íntimamente con Ojyosan, su enamorada.

Es así como la historia se ve teñida en su totalidad por una sensación de ansiedad y angustia latente que no se separará tampoco del lector hasta el final del libro. Sensei empieza a luchar con sus pensamientos y a reproducir ideas en su cabeza en relación con los celos que siente, y es allí donde se manifiesta del todo su carácter ansioso, así como esa conciencia de su cobardía y de su carácter pusilánime, lo cual seguramente estaba ligado a la decepción que le generó el episodio de la traición de su tío.

No era capaz de manifestar sus sentimientos por Ojyosan a K, ni a Okusan. Estaba encerrado y no lograba proceder de ningún modo, y su relación con K era cada día más tensa a pesar de que nunca tuvieron ningún tipo de discusión o malentendido. Por su parte, K conservaba su impasibilidad de siempre, lo cual exasperaba más a Sensei, quien, por orden de su carácter desconfiado, creía que le estaban ocultando algo.

En medio de esta situación, K se sinceró con Sensei y le confesó sus sentimientos: estaba enamorado de Ojyosan y sentía una enorme angustia por ello, pues esto contrariaba sus principios morales, lo cual le generaba un terrible malestar. Si bien Sensei ya estaba lo suficientemente trastornado, entró en pánico al haber escuchado esta confesión. Tuvo una extraña discusión extraña con K, luego de la cual manifestó haberse sentido como un canalla, pues trató de disuadirle de que esta situación ponía en riesgo su propia moral.

Seguidamente, decidió actuar rápido y hablar con Okusan para pedirle la mano de Ojyosan. Esta aceptó inmediatamente. Ahora la dificultad residía en contarle esta novedad a K, a quien nunca le había dicho nada sobre sus sentimientos por Ojyosan.

Resulta que Okusan se adelantó y le comentó primero a K sobre el compromiso. Según esta, K no se mostró sorprendido y tomó la noticia de modo muy tranquilo, como era de esperarse en él. Sensei se sintió avergonzado por no habérselo comentado antes directamente, y aspiraba hablar con él pronto. Desgraciadamente, aquí viene el segundo acontecimiento clave en la vida de Sensei: antes de poder hablar con K, este se suicidó.

El suicidio de K dejó a Sensei de una pieza. Se debatía entre el sentimiento de culpa debido a que, probablemente, este se habría quitado la vida al conocer de su compromiso con Ojyosan, o en razón de la discusión que tuvieron previamente sobre la falta a sus principios morales, o por motivos que tal vez eran ajenos a este y que nunca podría llegar a conocer. A continuación, transcribo la nota que K le dejó a su amigo antes de ponerle fin a su vida:

“He decidido quitarme la vida a causa de la debilidad de mi voluntad y por haber perdido la esperanza de llegar a ser lo que deseo. Te agradezco que te hayas ocupado de mí y te ruego que dispongas de mi cuerpo sin vida encargándote de todo, que me disculpes ante la señora por todas las molestias causadas y que informes de esta muerte a mi familia.

¿Por qué he vivido hasta ahora? Hace tiempo que tenía que haber muerto”.

Confieso que esta última frase me puso la piel de gallina. No es difícil darse cuenta de que K vivía seriamente trastornado, tal vez debido a su exigente carácter, al no considerar que encajara completamente en los elevados ideales espirituales que habían dirigido su vida. No es difícil aquí denotar la decepción que le embargaba de sí mismo y suponer que había vivido en una depresión constante.

El suicidio de K generó entonces un problema aún mayor que la desconfianza: el sentimiento de culpabilidad. Sentir que por cobardía faltó a su propio honor al no confesar sus sentimientos por Ojyosan a su amigo, y aceptar que debido a su egoísmo prefirió actuar en aras de conseguir su objetivo, a pesar de que para ello tuviera que pasar por encima de su amigo. Escribe lo siguiente al respecto:

“Y cada vez que alguien preguntaba en voz alta por las razones de la muerte de K, yo sentía una punzada en mi interior y escuchaba una voz amenazante en mi cabeza: «¿Por qué no confiesas de una vez que eres tú el culpable?».

De todos modos, la boda con Ojyosan se llevó a cabo y los tres se fueron a vivir a una nueva casa para olvidar los acontecimientos de los últimos días. El paso del tiempo sólo acrecentaba más la pena de Sensei, quien nunca fue capaz de deshacerse del peso con el que cargaba al sentirse responsable por la muerte de su amigo. Se volvió más taciturno y sombrío con el transcurso de los años, siendo siempre para Ojyosan un misterio aquello que le atormentaba (pues, tal como dice Sensei en su testamento, no estaba de acuerdo con la idea de poner esta carga también sobre su esposa ni mancharla con esta confesión y pidió que nunca se le contara nada al respecto después de conocida su historia). Trató de refugiarse también en el alcohol y en los libros, pero de ningún modo encontró alivio para la culpa que generó dentro de sí la muerte de K.

Y así, después de tratar de lidiar con su vida de algún modo y de sobreponerse a esos aplastantes sentimientos, terminó por darse por vencido:

“Como el viento gélido del invierno que te atraviesa el cuerpo, se apoderó de mi la intuición de que me encontraba caminando por el mismo sendero que él (…) De ahí la idea de quitarme la vida, solo iba un paso. Decidí continuar con mi vida como si ya estuviera muerto”.

Retrato de Su Wu, del artista Watanabe Kazan (1793-1841).
También considero importante mencionar que, en varios momentos del libro, se hace referencia al seppuku (suicidio ritual) practicado en aquella época, esto para aliviar deshonras cometidas en algún momento (por ejemplo, se menciona el suicidio del artista Watanabe Kazan y del general Nogi) así como la idea del junshi (la inmolación del siervo junto a su señor, puesto que en el escenario del libro sucedió la muerte del Emperador). Podría significar la causa última por la cual Sensei decidió terminar con su vida, seguramente.

¿Y mi opinión? 🤓

Las últimas dos horas que destiné a finalizar la lectura del libro transcurrieron en una angustia terrible y, aún después de haber concluido, quedé con una sensación de desasosiego increíble (cosa que me recordó un poco a cuando terminé la lectura de La muerte de Iván Ilitch), y esa sensación extraña de no poder (ni querer) expresar ese sentimiento final. Sólo queda una inclinación natural a pensar y a quedarse en las razones de la historia (que no puedo decir que sea justamente un deseo).

Considero que un lector que haya experimentado fuertes sentimientos de ansiedad y de angustia en su vida diaria (sí, no soy la excepción) puede compaginarse fácilmente con la lectura, pues desde el comienzo da algunas luces de misterio y de “encubrimiento” intencional que, tal como una premonición, señalan que esto no va a terminar en nada bueno.

Eso fue precisamente lo que me encantó del libro: pude sentir esa zozobra hasta la médula. Y bueno, todo se encuentra tan bien entretejido en cuanto a la personalidad de Sensei, que resulta fácil entonces entender la lentitud de las dos primeras partes de la historia, y uno llega a comprender que esta situación podría haberle sucedido a cualquiera que tuviere una mínima debilidad en su carácter. Y sí, porque a mi parecer todo el entramado de la historia se va dando por ese debate entre el hacer y el no-hacer que denota la pusilanimidad de Sensei, y esa inseguridad de fondo que le hace dudar de los demás y hasta de sí mismo, hasta perder de algún modo el sentido más claro de la realidad.

Y es que eso es bonito. Sentirse identificado en la propia debilidad con otros seres (ficticios o no) es una muestra suficiente de humanidad, y esto nos recuerda que, en muchas ocasiones, independientemente de nuestras intenciones, cada acción que realizamos puede tener mayor trascendencia de la que estamos dispuestos a aceptar.

© K. Sánchez (11/08/21)

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