¿Quién tiene realmente el control? Reseña de “El asiento del conductor” de Muriel Spark

Soy lectora poco recurrente de novelas contemporáneas. Incluso, podría decir que no recuerdo cuál fue la última que leí, si no cuento las adscritas al género de terror, claro está. Pero vi las opiniones de la parte trasera del libro y me llamó la atención, además de que es una lectura corta.

Entonces investigué que Muriel Spark fue una novelista nacida en Edinburgo, que vivió entre 1918 y 2006, famosa por sus novelas, poemas y ensayos. Sólo quiero comentar que revisé un poco su biografía y vi un documental en YouTube sobre ella y quedé más encantada de lo que ya estaba. Así, si están googleando “mujeres famosas en la literatura” o “libros escritos por mujeres”, definitivamente, en su lista tiene que estar esta mujer.

Dejo también un pequeño parrafito que obtuve de la lectura de un artículo (en inglés, para quien interese) en el que se entrevistaba a Penelope Jardine, quien convivió con la escritora durante bastantes años (aunque no es dado concluir que tuvieran una relación sentimental):

“Cuando Spark "ocasionalmente clavaba la daga" era devastadora, pero, sobre todo, disfrutaba de la compañía de su amiga y la encontraba menos difícil que los demás: "Era una persona muy complicada en algunos aspectos, y muy sencilla en otros. Era bastante fácil llevarse bien con ella, muy fácil hablar con ella. No era una esnob y no era imponente con lo que hacía. De hecho, normalmente te sentías bastante bien en su presencia. Sentías que podías hacer cualquier cosa ".

👀💓Si vas a leer el libro:

Resulta un tanto retador hacer una reseña de este libro sin ser abusiva con la expectativa del lector potencial. Puedo señalar que la protagonista es una mujer de unos treinta-y-tantos años, empleada de una empresa, que se va a tomar unas extrañas vacaciones (cuyo objeto no puedo revelar). La autora hace muchas referencias a conductas, ademanes y pensamientos de Lise (la protagonista) que hacen que uno como lector se cuestione permanentemente qué tipo de situaciones se deben ocultar tras un modo de pensar y de hacer tan particular como el de ella.

El libro es enrevesado. Uno no siente en ningún momento que sepa o que tenga alguna idea del motivo que propició “el final”, ni al inicio, ni en la mitad, ni faltando dos páginas para concluir la lectura. Me refiero a “el final” (así, entre comillas), porque el narrador suelta lo que sucede en el desenlace casi desde el principio, pero no hay ninguna pista en el entramado. Así, aunque uno ya sepa en qué termina todo, nunca sabe cómo carajo llegó a suceder, y eso que uno está atento a cada personaje. Y, para colmo, la narración no va en una típica línea recta, sino que va del presente al pasado sin avisar previamente. Loquísimo.

Y es la misma sensación que me llevé al terminar el libro. Me dije a mí misma: “no entendiste, ¿cierto?”, así que fui a buscar reseñas y opiniones en la web, y di un suspiro de alivio cuando me di cuenta de que, aparentemente, muchos estaban en la misma situación que yo. Tienes que pararte a pensar y a revisar todas las piezas que pudiste obtener si deseas tener algo medianamente claro en tu cabeza.

😖Si no vas a leer el libro:

“Avanza por la calle ancha, buscando en los escaparates el vestido que necesita; el vestido necesario. Lleva los labios entreabiertos; ella, que por lo general los aprieta por la censura que a diario le merece la empresa de contabilidad en la que ha trabajado sin interrupción, si se exceptúan los meses de la enfermedad, desde que tenía dieciocho años, es decir, dieciséis años y unos cuantos meses. Cuando no está hablando o comiendo, suele tener los labios tan apretados como las rayas de un balance general, perfilados en línea recta por su anticuado carmín. Una boca juzgadora e inapelable, un instrumento de precisión, un celador minucioso (…)”.

Bueno, bueno. Entonces elaboro mejor el cuento: nuestra protagonista, Lise, tiene un ataque de llanto, un poco perturbador, en su oficina, y su jefe le indica que sería bueno que tuviera unas vacaciones. Interesantísimo (a pesar de que parezca una trivialidad) saber que Lise compró un “abrigo de rayas rojas y blancas que Lise lleva desabrochado sobre su chocante vestido de cuerpo amarillo y falda estampada en uves de color naranja, malva y azul” para irse a su viaje, bastante estrafalario y de mal gusto, pero que llamaba la atención de muchas personas (aparentemente era algo que ella buscaba por voluntad) y que se va a seguir mencionando durante toda la historia. Me tomé la atribución de dibujar el atuendo, esto a pesar de mi inexperiencia en el tema, sólo a propósito de ser más ilustrativa 😆

Atuendo de Lise, según K.
Y lamento decir los hechos que configuran el final, pero esto fue anunciado en el capítulo 3 (de 7):

“Mañana por la mañana la encontrarán muerta de múltiples heridas de arma blanca, las muñecas atadas con un pañuelo de seda y los tobillos sujetos con una corbata de hombre, en los terrenos de una villa deshabitada, en un parque de la ciudad extranjera adonde la conduce el vuelo en el que embarca ahora mismo por la puerta 14”.

Y el día de su muerte inicia cuando va a partir a su destino (no se enuncia cuál era, pero en algún lugar de la web leí que podía ser Italia, y que probablemente ella viviera en Dinamarca, y sé que esto no tiene ninguna importancia, tampoco), siendo este un día suficientemente convulso y particular. Se encuentra en el avión con dos hombres que nos interesan: un tipo de traje que le rehúye porque, según confiesa, teme a la presencia de Lise por algún motivo (incluso, se cambia de asiento), y Bill, quien coquetea con ella, le roba un beso y le cuenta que es un “gurú” de la macrobiótica que va de viaje para montar un movimiento juvenil relacionado con dicho estilo de vida. Lise acepta verse con él en las horas de la noche, a pesar de reconocer que este no era “su tipo”.

Ya en el hotel, Lise se encuentra con una anciana (la señora Fidke), con la que comparte el taxi hasta un centro comercial y decide pasar el día con ella. El modo en el que transcurren las conversaciones entre ellas es bastante raro, pues yo me quedo con la impresión de que Lise sólo hacía un monólogo, aunque a veces le prestaba atención a su compañera.

Uno de los temas de los que conversaron fue sobre un sobrino de la anciana, que venía de viaje también para el mismo lugar, a hospedarse en el mismo hotel, y que había estado en una clínica, y que había que comprarle un detalle para su llegada y que, quién sabe, podía ser “el tipo” de Lise (y todas las “y” fueron intencionales). Porque esto también se vuelve manifiesto en la historia: Lise se dio estas vacaciones porque iba en busca de alguien que fuera “su tipo”, pero es un concepto que toma formas muy diferentes a lo largo de toda la historia.

Otro vuelco da la historia cuando se presenta una protesta en la ciudad y Lise se separa de la anciana debido al caos que se generó instantáneamente, como resultado de los enfrentamientos de estudiantes con la policía. Resulta un poco sucia y desecha por todo el ajetreo, y su abrigo manchado con aceite. Se encuentra entonces en un taller de mecánica y, al ser insultada por el dueño (quien creyó que era estudiante y que, por lo tanto, era causante de los daños de la protesta), y me permito citar lo que respondió:

“—Miren mi ropa. Me la acabo de comprar. Más me valdría no haber nacido. Ojalá mis padres hubieran practicado el control de natalidad. Ojalá se hubiera inventado la píldora entonces. Estoy mareada y me encuentro muy mal”.

Lise conversa un poco con el dueño del establecimiento. Este se ofrece a llamar a primeros auxilios, a lo cual ella se niega. Sólo quiere un taxi, pero el hombre insiste hasta que ella acepta, sin mucho agrado, que la lleve en su automóvil. En el camino, este se desvía, a lo cual ella responde:

“—Deténgase ahora mismo o saco la cabeza por la ventana y pido socorro a gritos. No quiero sexo con usted. No me interesa el sexo. Mis intereses son otros, de hecho, tengo un proyecto que cumplir. Le digo que frene”.

De todos modos, Carlo (el conductor) no obedece y trata de abusar de ella, pero Lise es más hábil y logra salir del auto. Luego de algún forcejeo, sube nuevamente  y, ahora en el asiento del conductor, escapa.

Más tarde se encuentra con Bill, el gurú de la macrobiótica que le recordaba que no se debía beber más de tres vasos de líquido al día ni orinar más de dos veces (las mujeres dos veces, los hombres tres) y que su variante de la dieta le exigía un orgasmo diario. Iban en su auto, camino a una cena con una familia de otros adeptos a la macrobiótica, cuando Lise le pidió tomar cierto camino para ir al Pabellón.

Aparentemente, había algo del Pabellón que llamaba mucho la atención de Lise, aunque nunca se dijo qué era. El caso es que, estando allí, Bill también trató de forzarla a tener relaciones sexuales (sí, en la calle, detrás de unos arbustos), pero ella logró zafarse y salió en su auto, mientras algunos transeúntes llamaban a la policía para que le detuvieran.

Nuevamente en el asiento del conductor, Lise regresa a su hotel y allí se encuentra con el extraño sujeto de traje que sintió temor de ella en el avión. Se acerca decididamente y lo obliga a salir con ella, mientras tira de su brazo. Antes de subirse al auto, forcejea con ella. Una vez adentro, el joven le dice:

“—No se quién eres. No te he visto en mi vida —dice él.

—Eso es lo de menos. Llevo todo el día buscándote. Me has hecho perder el tiempo. ¡Menudo día! ¡Y pensar que había acertado a la primera! Esta mañana, nada más verte, supe que eras tú. Tú eres mi tipo”.

Lise sabía, según la información que le había dado la señora Fidke, que su nombre era Richard y que había estado dos años en la cárcel antes de ser ingresado en un manicomio, esto por haber acuchillado a una mujer, a pesar de no haberla asesinado. Lise tiene la certeza de que Richard, “su tipo”, era un maniaco sexual.

Salieron en el auto y Lise condujo nuevamente hasta el Pabellón, mientras ella le mencionaba muchas cosas que conocía sobre su oscuro historial. Y, como ella llevaba las riendas, le ordenó al perturbado Richard:

“—Ahora me tumbo ahí y tú me atas las manos con el pañuelo. Pondré una muñeca encima de la otra, como se debe. Luego tú me atas los tobillos con la corbata y me lo clavas. —Indica la garganta—. Primero aquí —dice antes de señalarse un punto debajo de cada pecho— y luego aquí y aquí. Después, donde te apetezca.

—No quiero —protesta él, mirándola fijamente—. No era mi intención. Yo tenía otros planes. Deja que me vaya.

Lise desenfunda el abrecartas, comprueba el filo y la punta y comenta que no son muy cortantes, pero que servirán.

—No se te olvide que es curvo.

(…)

—Nada de sexo. Puedes hacerlo después. Me atas los pies, me matas y se acabó. Los que vengan por la mañana lo recogerán.

Pese a todo, se hunde en ella al mismo tiempo que levanta el abrecartas”.

Lamento la transcripción tan larga, pero este, así como los demás apartes que decidí citar, me parecen totalmente relevantes para entender mejor la historia y las conclusiones a las que llego. Lise supo desde el comienzo exactamente lo que deseaba: morir, pero no deseaba suicidarse.

Buscaba a “su tipo”, no un novio, sino un sujeto indicado para asesinarla. ¿El motivo? Enfermedad mental. Al inicio de la reseña cité un aparte en el que el narrador señala que Lise tenía una enfermedad, mas nunca se dijo absolutamente nada sobre ello ni el tema se volvió a mencionar.

El comportamiento que se aduce a la protagonista, según lo que el narrador busca que el lector ponga bajo la mira, correspondía al de una mujer tremendamente inestable, con accesos de euforia, de llanto y de enojo sin mucha relación entre sí y que van y vienen sin previo aviso (trastorno afectivo bipolar). La insistencia en recordar la posición de sus labios, siempre rígida, para mí es signo de ansiedad constante.

A pesar de ello, se obtiene de Lise la idea de que es una mujer muy determinada y segura de sí misma, que no le teme siquiera al ridículo porque, aparentemente, nunca piensa en la opinión de los demás. También es lo suficientemente calculadora: ella misma lleva en su bolso todos los objetos que requiere para que su asesinato se lleve a cabo (el pañuelo, la corbata y el abrecartas).

La idea más espléndida que me llevo de esta lectura es que la protagonista, a pesar de su trastorno mental, y a pesar de ser mujer (digo “a pesar” debido a los episodios desafortunados que tuvo con dos hombres que, el mismo día, tratan de abusar de ella), logra apoderarse del asiento del conductor, metafóricamente, y consigue su objetivo, dirigiendo ella con una macabra genialidad todos los acontecimientos que se le van presentando.

Y bien, también llamo la atención que, en el desarrollo de esta historia, según mi concepto, no había nadie mentalmente sano. Y es que, seguramente, a la mayoría de todos nosotros, hoy en día, también nos hace falta un tornillo.

© K. Sánchez (06/10/21)

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