Se trata de mi primera lectura de Kobo Abe, al que llegué por Akutagawa. Kōbō Abe fue un escritor japonés de pleno siglo XX y que, según tenía como referencia, tenía un toque bastante particular para explorar la individualidad del ser humano, así como la sociedad, desde un punto de vista más bien surrealista y kafkiano. A mí no me gusta mucho el surrealismo, pero sí tengo especial afición por lo siniestro, así que fue una buena oportunidad para salir de mi zona de confort.
Al iniciar
la lectura, me pareció tan compleja y tan extraña que estuve a punto de
abandonar el libro después de unos 10 minutos de lectura. Pero apareció este
párrafo y me animé:
“Ahora, no me importa que después supriman este
preámbulo en el caso de que les parezca innecesario. Dejo la decisión en manos
del caballo”.
¿Dejar la
decisión en manos del caballo? ¡Del caballo! Pudo más mi curiosidad y tuve que
leer el libro hasta el final. Era algo demasiado raro como para dejarlo pasar.Portada del libro (editorial Eterna Cadencia)
Tengo que
admitir que es una historia de la que no podría hacer un recuento lineal o
entendible, tal como suelo hacerlo en el “modo resumen” de mis reseñas, porque
tanto la manera de narrar como la temporalidad que se maneja en la narración
juegan bastante con uno como lector. Es normal terminar sesiones de lectura y
sentir que uno no sabe qué es lo que está leyendo, ni poder soltarlo fácilmente
en palabras. Y cuando uno es aficionado a la lógica, este tipo de lecturas
cuestan un montón.
En un
resumen absurdamente global, esta es una historia en la cual llega una
ambulancia a la casa de un matrimonio y se llevan a la mujer para el hospital,
sin existir de por medio justificación alguna. La novela narra lo sucedido al
hombre durante toda la odisea (y la palabra se queda cortísima) a la que se
enfrentó en su búsqueda. Puede parecer simple, pero les aseguro que es todo lo
contrario.
Es una
locura, tanto así que a quien lee el libro le toca estar siempre atento para no
perder detalles sobre el contexto. Se trata de un hospital que, además de ser
como una república independiente, es un espacio dedicado a la práctica
experimentos sexuales, y en el cual se pasa totalmente por alto la privacidad
individual, esto con miras a obtener placer. Está repleto de laberintos (no me
sería posible trazar un mapa ni nada parecido para orientar), de funcionarios
misteriosos y corruptos (incluyendo el caballo) y de enfermedades difíciles de
imaginar, como la algodonosis:
“Al día siguiente se hospitalizó, pero al
parecer ya era tarde. El cuello, las nalgas, las orejas, las tetas, todo el
cuerpo estaba lleno de algodón. El médico nos dijo que deberíamos quitárselo
antes de que se expandiera, y papá y yo nos dedicamos durante varios días
seguidos a recolectar algodón. Los brazos y las piernas se veían grotescos como
si los huesos se vistieran con guantes y calcetines estirados. A medio año de
hospitalizada, murió con el corazón invadido por el algodón, pobrecita. Nos
dejó tres cajas repletas de algodón y decidimos hacer con eso una cobija. Yo la
quería para mí, pero papá la donó al museo a cambio de un diploma, diciendo que
era un objeto demasiado siniestro. Parece que todavía la exhiben en el museo,
pero es mía”.
En esta
obra está impregnada una fuerte irreverencia hacia cualquier principio o
convención social, sobre todo en el ámbito sexual, y hay cosas exageradamente
retorcidas (como el caballo, nuevamente) y repugnantes; se hace también una
referencia a la pederastia. Es bastante explícita, sobre todo, en este sentido.
Llamó
también mi atención encontrar entre líneas numerosas alusiones a la soledad. Si
bien el protagonista se encuentra totalmente solo en su búsqueda, rodeado por
personas en las que no puede confiar y que buscan sólo obtener su tajada, me
quedó la sensación de que esto sucedía con cada personaje. Y así, en esa
extrema soledad, es cuando se devela toda esa fatiga existencial que se empieza
a presentar por la excesiva desconfianza y la confusión misma de todo el
cuento. Me agradaron todos esos reveses expresados en ironías descarnadas:
“–Oye, eres un hueso duro de roer.
¿Cuándo vas a comprender lo feo que puede resultar un cuerpo sano? Mientras la
historia de los animales es un proceso de evolución, la Historia Humana no es
sino una evolución retrógrada. ¡Vivan los monstruos, que son encarnaciones de
los grandes débiles!”.
Quedo
maravillada con todas las cámaras ocultas que se encuentran regadas en cada
línea, que muestran sin piedad un tono cada vez más decadente hasta llegar a un
final desolador y terriblemente realista.
© K. Sánchez (26/10/21)
No hay comentarios:
Publicar un comentario