Yo había tratado de leer a Borges cuando tenía 16 años, pero no me molesta admitir que no me sentí preparada para ello (así como más recientemente me sucedió con el Ulises de James Joyce). Excesivas referencias que no me eran familiares ni conocidas, que me sonaban supremamente lejanas, y una prosa que no me resultaba del todo digerible. Abandoné.
Más de diez años después volví a intentarlo y,
aunque no me separo totalmente de lo que dije anteriormente, al menos fui capaz
de entender, al menos globalmente, todas las temáticas aquí tratadas, y de
quedar con la sensación de “bueno, esta vez entendí un poco más”.
Sé que mi esfuerzo por hacer una reseña es
totalmente en vano, pero no puedo dejar que esta ocasión pase sin que conste al
menos un recuerdo por escrito de la impresión que me ha dejado esta vez,
quizás, con el objetivo de comparar a futuro lo que he captado cuando haga una
relectura (definitivamente, es uno de esos libros que quiero releer, y no por
el simple placer de degustar la prosa, sino porque soy consciente del cambio de
significados que puedo obtener tiempo después por el contenido más simbólico y
trascendental que en el texto se irradia permanentemente).
MoRDi CuaC, CC BY-SA 2.0, via Wikimedia Commons |
Como no me voy a detener en cada uno de los
relatos, ya que me parece carente de sentido hacer una narración plana de estos
relatos, sí me gustaría destacar que, desde mi lectura, sentí profunda conexión
y admiración en cuanto a las ideas que, sin cesar, se van construyendo en uno
como lector al cierre de cada texto. Conceptos como la temporalidad y su
trascendencia, muy orientados hacia la idea del tiempo cíclico en contraposición
con el lineal; otras contraposiciones relativas a dios y a la religión, a lo
global y a lo individual, a la objetividad y a la subjetividad, al todo y a la
nada, a la realidad y a la fantasía.
Resalto también la estrategia del cambio de
perspectivas que se vio en cuentos como “Deutsches
Requiem” y “La casa de Asterión”;
la relevancia del elemento arquitectónico en “El inmortal”, “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”, “El Aleph” y, nuevamente, en “La casa de Asterión”; la imperfección
de la palabra para expresar lo absoluto en “El
Zahir”, “La escritura del dios”
y, evidentemente, en “El Aleph”; el
envidiable manejo de la historia y la cultura en relatos como “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, “Los teólogos”, “La busca de Averroes” y “El
hombre en el umbral” y, como último elemento, para no alagar la lista, el
amplio conocimiento del sujeto desolado y atormentado por la incertidumbre,
como se puede ver también en “El inmortal”,
“La casa de Asterión” y “La espera”.
Y bien, el cierre de la colección se concreta magistralmente
con “El Aleph”. Así como en “El inmortal”, se traen a colación
muchas semillitas que se dejaron plantadas a lo largo del texto y aquí se le
pone la cereza al pastel. Como construcción literaria me pareció completísimo,
tiene tonalidades muy diversas; evoca una cantidad de emociones distintas;
tiene algo de sátira, de romance, de filosofía, de ciencia, de historia. Me
quedé con un parrafito que leí con total apasionamiento y que guardaré con
mucho cariño (hasta lo transcribí y amé leerlo en voz alta).
No me puedo quedar sin decir que, justo después
de esta lectura, inicié con Siddhartha
de Herman Hesse y me he sentido más que satisfecha debido a que encuentro
maravillosamente representada la idea del Aleph en la Unidad que se maneja en
este último; esa carencia de expresión del absoluto por medio de la palabra,
esa manera en la que se desdibujan los límites de la existencia para formar
aquello que nos trasciende…
Posdata: agradezco enormemente a mi
compañero de lectura, quien me ayudó mucho a aterrizar gran cantidad de
elementos que encontré en este libro, así como a expandirlo a perspectivas y
comparaciones de las que inicialmente no me percaté :)
No hay comentarios:
Publicar un comentario