Reseña de “Sanshiro”, de Natsume Sōseki

Luego de haber leído Kokoro (una de mis lecturas favoritas del año anterior), me prometí volver a leer a Sōseki este año. Y quise continuar conociendo al autor con una trilogía, la cual inicia con Sanshiro, que fue publicada en el año 1908.

Photo by Bicanski on Pixnio

Para describir el libro en términos generales, cabe resaltar que es una lectura muy llevadera (en tercera persona) y de fácil avance (terminología muy sencilla y una narrativa que, si bien no es sobria, no puede catalogarse como pretenciosa). Cuenta lo acontecido a Sanshiro, joven campesino que se mudó a Tokio para iniciar sus estudios universitarios en literatura, desde el momento en el que abordó el tren para llegar a la gran ciudad, hasta, probablemente, dos o tres años a partir de la fecha (sólo lo deduzco).

Se basa, entonces, en sucesos que pueden ser considerados como triviales, dependiendo del enfoque que se dé a la lectura. El factor que encuentro más destacable del libro está en la gran cantidad de referencias a la pintura, la literatura, la estética y la filosofía las cuales dotan de enorme vitalidad, buen juicio y altísima calidad artística al texto.

“—Pues bien, notarás que uso la palabra «expresión» —continuó Haraguchi—, pero lo cierto es que un artista no pinta lo que está dentro, no pinta el corazón. Pinta lo que el corazón pone en funcionamiento. Mientras observa todo lo que transcurre ante él, puede saber lo que hay encerrado en lo más recóndito de su modelo. Podemos dar esto como válido, supongo. Un pintor tiene que resignarse al hecho de que todo lo que no puede ver en escena está más allá del alcance de su responsabilidad. Por eso pintamos solo la carne. Sea cual sea la carne que pinte el artista, si no es capaz de mostrar el espíritu que hay en su interior, está muerto, no tiene ninguna validez como pintor. Ahora piensa en los ojos de Mineko, por ejemplo. Cuando los pinto, no estoy intentando hacer un retrato de su corazón, solo los estoy pintando como ojos. Estoy pintando estos ojos porque me gustan. Estoy pintando todo lo que veo de ellos —la forma, la sombra en los pliegues de los párpados, la profundidad de sus pupilas—, sin dejar nada fuera. Como resultado, casi por pura coincidencia, una especie de expresión cobra forma en el lienzo. Si no lo hace, significa que mezclé mal los colores o que capté mal la forma, una de dos, porque ese color y esa forma son en sí mismos una forma de expresión”.

Aunado a ello, la manera que encuentra para enlazar sus consideraciones y una sátira dotada de destacable inocencia, lo cual le da enorme gracia a los comentarios audaces que van apareciendo en las discusiones de los intelectuales que aparecen en la novela, así como en los pensamientos de Sanshiro y de todo el contexto de su interacción en este nuevo universo, como un muchacho que apenas entra a conocer al “mundo” y se rodea de una cantidad de estímulos que no puede procesar en su totalidad.

Sin haberse hecho una descripción estricta de la personalidad de Sanshiro, el texto da a entender perfectamente, de acuerdo con la narración de su proceder ante cada suceso (sus expresiones y modales, la manera en la que hablaba, cómo se dirigía a cada persona, sus cavilaciones, sus preocupaciones y pensamientos constantes, sus cambios a lo largo del tiempo, etc.). Me quedo con la impresión de un joven sumamente inocente, honrado, de gran ternura, tímido y nervioso, que, si bien no se afanaba por encajar en la sociedad, sí se esforzaba constantemente por entender el mundo en el que se había visto abocado a vivir. A propósito del primer acontecimiento que se relata:

“La mujer le dirigió entonces una larga y serena mirada, y cuando habló lo hizo con la mayor calma:

—Es usted todo un cobarde, ¿lo sabe?

Una sonrisa condescendiente cruzó su semblante.

Sanshiro se sintió como si le hubieran arrojado contra el andén y le hubieran pateado. Pero lo peor aún estaba por llegar: al meterse en el tren, sus orejas comenzaron a arderle violentamente. Se sentó muy quieto, tratando de encogerse lo más posible.

(…)

¿Quién era aquella mujer en realidad? ¿Era necesario que hubiera mujeres como ella en el mundo? ¿Era posible que existiera una mujer ser como esa, tan serena, tan segura? ¿Sería analfabeta, quizás? ¿Había estado insinuándosele o actuaba así por pura inocencia? Nunca lo sabría porque no había llegado con ella tan lejos como le hubiera sido posible. Y tendría que haberlo hecho. ¡Tendría que haber intentado ir un poco más allá! Pero en el momento crucial había tenido miedo… Cuando se separaron, ella le había llamado cobarde, y eso le había sacudido del mismo modo que si ella hubiera arrojado de golpe una luz esclarecedora sobre sus veintitrés años de debilidad, desenmascarándolos. ¡Nadie, ni siquiera su madre, podría haber dado en la diana con más precisión!”

Debo destacar también que, partiendo de lo que ya enuncié, el día a día de Sanshiro se ve muy influenciado por la presencia de los personajes que aparecieron en su vida, de uno u otro modo, durante el relato. Eso, y la poca habilidad que tenía Sanshiro para socializar, para leer a las personas, acostumbrado, quizás, a la simpleza de la vida campesina.

Especialmente trascendente la figura de Yojiro Sasaki, también estudiante de la universidad, y que fue su amigo durante todo el relato. Lo ayudó a introducirse un poco en la sociedad, le presentó bastantes personas, lo introdujo a nuevos ambientes y lo metió en problemas, también. Se puede decir que le dio cierto “picante” a su vida en Tokio y en la universidad.

Al mismo nivel (o, quizás, un poco más relevante), la presencia de Mineko, mujer de la cual se enamoró inocente y perdidamente, fue una de las piedras angulares del libro. A saber, era una joven casadera bellísima, muy cotizada y de buena familia, con una personalidad que, entre amable y enigmática, logró llamar tanto su atención debido a su comportamiento indescifrable, que, de un momento a otro y sin que este se diera cuenta, ya no se podía sacar su imagen de la cabeza.

“Se guardó el dinero en la pechera de su abrigo. Cuando retiró la mano, sostenía un pañuelo negro. Se lo llevó hacia el rostro, mirando fijamente a Sanshiro. Quizá estaba inhalando algo de la tela. De repente, se lo ofreció. Sostuvo el pañuelo ante el rostro de Sanshiro. Desprendía un penetrante aroma.

—Heliotropo —dijo ella suavemente.

Sanshiro echó hacia atrás la cabeza. La botella de Heliotropo. La noche en Yonchome. Stray sheep. Stray sheep. En el cielo el sol estaba alto y brillaba.

—He oído que vas a casarte”.

No dejo de lado el papel de Haraguchi (artista, y quien pintaba cuadros con Mineko como modelo), de Nonomiya y del profesor Hirota, este último de una gracia increíble y que siempre llamó mucho la atención de Sanshiro:

“Con esto, el profesor Hirota dijo todo lo que tenía que decir. Empezó a emitir más y más nubes de humo mientras miraba orgullosamente al vacío. Como decía Yojiro, uno podía saber de qué humor estaba el profesor por la forma en que le salía el humo de las fosas nasales. Cuando salía espeso y en línea recta, es que su capacidad de elucubración filosófica había llegado hasta sus más altas cumbres; cuando, por el contrario, el humo se le derramaba lentamente bigote abajo, eso significaba que tenía el espíritu en calma —y que había peligro de que diera rienda suelta a su ingenio contra ti, haciéndote víctima de sus afilados dardos—. Cuando el humo se quedaba bajo su nariz y parecía resistirse a abandonar incluso su bigote, entonces es que el profesor se encontraba en un estado de ánimo meditativo, o quizás es que sentía algún tipo de inspiración poética. Lo más terrible de todo era cuando se le montaban remolinos alrededor de las ventanas de la nariz, porque eso significaba que de un momento a otro te echaría una reprimenda de las que hacen historia. Como Yojiro era la fuente de esta información, Sanshiro no se la había tomado muy en serio. Pero dada la naturaleza de la ocasión, observó cuidadosamente la forma en que emergía el humo de las narices del profesor. No descubrió en la forma del penacho de tabaco ninguno de los subtipos perfectamente diferenciados de los que le había hablado Yojiro. En lugar de eso, parecía como si el humo le saliera en una mezcla de cada una de las modalidades antes explicadas”.

Es una lectura muy entretenida y tranquila. A pesar de ello, no creo que sea algo para tomarse a la ligera en una última lectura, porque, si bien no contiene dramas o historias que tengan un carácter especialmente profundo en apariencia, sí considero muy relevantes los apuntes que hacía el autor en relación con la sociedad y el contexto en el que se desenvolvía la historia, pues son los que dotan a la novela de gran sabiduría, así como de un carácter fresco y que denota un enorme entendimiento del comportamiento humano.

© K. Sánchez (08/02/22)

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