Reseña de “El capote” de Nikolái Gógol

De nuevo vuelvo a mis amados rusos, con un paso breve por Gogol y uno de sus cuentos más famosos: El capote, que fue publicado en 1842. Y como no tengo ánimo para hacer una mejor introducción, voy de inmediato con lo que importa y advierto que esto está lleno de spoilers, aunque no seré bastante meticulosa para que, si es el caso, les quede algo de curiosidad. No se tarda más de tres horas en la lectura.

La historia que se narra es la de un hombre de mediana edad llamado Akaki Akákievich (nombre que tiene su juego, según se cuenta), quien habita en San Petersburgo y trabaja como funcionario copiando los documentos que le eran encargados, con impecable caligrafía. Se le puede describir como un sujeto humilde, insulso y falto de gracia; carente de cualquier tipo de interés, pasión o ambición, no gusta del alcohol, come siempre de modo muy austero y tiene apenas las posesiones suficientes para sobrevivir; es una persona que busca su tranquilidad por encima de todo y la imperturbabilidad en cada uno de sus días, evitando, quizás, el ajetreo voraz e implacable de la vida y la frialdad de los seres humanos.

“Y más de una vez, a lo largo de su vida, se estremeció al comprobar cuánta inhumanidad hay en el hombre, cuánta grosera ferocidad se oculta en los modales más refinados e irreprochables, incluso, ¡Dios mío!, en personas con fama de honradas y nobles…”.

Según esta antesala, le puedo entender como un hombre que detestaba enormemente CUALQUIER COSA que significara una novedad (incluso sentirse diferente, es decir, evitaba emociones como el enojo y nunca pensaba en la frustración; evitó, incluso, acceder a una mejor oferta de trabajo porque no se sintió capaz de cambiar su rutina, pues, seguramente, su cotidianidad le hizo evidentemente inflexible y cerrado a cualquier tipo de ingenio y aprendizaje). Todo, absolutamente TODO, todos los días, debía ser exactamente igual para que se sintiera satisfecho con su cotidianidad.

Así, se describe este personaje tremendamente plano que, huyendo de la novedad, un día se percata de que su abrigo se ha roto un poco. De inmediato visita al sastre, quien lo examina y le dice que, debido a lo gastada que está ya la tela (traslúcida, en realidad, lo cual es ridículo para un abrigo) no le es posible hacer un remiendo, motivo por el cual la única posibilidad es mandar a hacer uno nuevo. A pesar de los ruegos de Akákievich para que lo remiende, este no cede a su pretensión.

“Al oír la palabra «nuevo» a Akaki Akákievich se le nubló la vista, y todos los objetos que había en la habitación parecieron cubrirse de una suerte de bruma. Solo distinguía con claridad al general de la tabaquera de Petróvich, con el pedazo de papel tapándole la cara”.

Una de las ilustraciones del libro,
por Noemí Villamuza
La cabeza del protagonista se hace una maraña porque, debido a este percance, ha tenido que evaluar la manera en la que dispondrá de sus ingresos para poder pagar el abrigo, que, aparentemente, no era, precisamente, muy económico. Finalmente se adapta a la idea y le pide al sastre que proceda con la confección de su nueva prenda. Interesantísimo cómo se describe el cambio que sufre Akákievich a partir de ello, pues, si bien antes se le describía como una persona tranquila, ahora era una persona feliz y llena de ilusión al pensar en su nuevo capote, buscando los materiales más adecuados y elegantes para hacer uno que realmente valiese la pena (al quien desee leer el libro, le sugiero ver esto con toda la atención).

Y cuando estuvo listo su abrigo y lo estrenó, muchísimo más aún. Era un hombre radiante y lleno de alegría, y sus compañeros de trabajo (que siempre le humillaban y le menospreciaban) le admiraron y le trataron de tan buena manera, que le convencieron de ir a una fiesta que se daría esa noche en casa de otro funcionario. Dudándolo un poco, decidió aceptar. Retornaba a su casa ya sobre la medianoche y, en el camino, tuvo la mala suerte de encontrarse con dos hombres que le golpearon y le robaron el abrigo.

Decidió acudir con un “personaje importante” (en la traducción se usa precisamente ese término, esta vez no es ironía de mi parte) para que le colaborara en el proceso correspondiente para recuperar su amada prenda. Esta parte del “personaje importante” también me parece clave en el desarrollo del texto, sobre todo si se tiene en cuenta que contiene una profunda crítica a los funcionarios y a la labor administrativa y el ejercicio del poder en muchas instancias (así que, por favor, si leen el texto, vean esto con lente especial, también). Se trata de un hombre que, a pesar de que no es realmente importante, trata de darse a sí mismo esa dignidad; a pesar de ser una “buena persona” (estas comillas sí son mías) en el fondo, para resaltar su jerarquía se comporta como un patán y pasa por encima de cuantas personas puede, sólo en virtud de su supuesta importancia.

Por lo tanto, cuando Akákievich acude con él para que le colabore, apropiándose de su papel de “personaje importante”, le trata terriblemente mal y le despacha sin haber atendido a su solicitud. Después de este episodio, el protagonista vuelve totalmente abatido a su casa, habiendo enfermado a raíz del frío que tuvo que soportar sin su abrigo y, seguramente, del trastorno que generaron los últimos episodios en su existencia, todos tan intensos para él. Y muere. Muere de modo inadvertido para todas las personas que le conocían.

Pero no termina todavía la historia. Mientras tanto, el espectro de Akákievich se dedica a asustar a la gente y a robar sus capotes a los transeúntes. Y el “personaje importante” es abordado por el fantasma, quien, también, ejecuta la misma venganza con él. Al conocerse ya la historia del espectro que perturba a la población, las autoridades de San Petersburgo se disponen a estar atentas y, un día, un policía trata de detenerle, pero este le deja escapar al encontrarse con que el espectro se había convertido en un hombre alto y dotado de un puño enorme (¿?).

Se cierra la historia, así, con un final quizás abierto, pues el espectro toma finalmente, tal vez, una forma que combina a muchos de los personajes que se nombraron, y que no fueron precisamente amables con él. Pero, finalmente, todo sigue transcurriendo igual, al fin y al cabo. Es la vida real. Quizás, la justicia no existe. Y no se puede esperar absolutamente nada diferente.

Por último, quisiera adicionar que, si bien la figura del espectro puede parecer inicialmente como una idea rápida para finalizar la historia, es importante tener en cuenta que “Gógol escribió en una época de censura política. Su uso de elementos fantásticos es, como en las fábulas de Esopo, una manera de burlar al censor. Algunos de los mejores escritores soviéticos también recurrieron a la fantasía por razones similares” (esto lo leí en el prólogo de la edición que leí, de Nórdica Libros, traducida por Víctor Gallego y con unas ilustraciones muy curiosas de Noemí Villamuza). Así que, tengan esto en cuenta antes de darle su calificación final de la lectura.

© K. Sánchez (27/04/22)

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