La estética de la venganza (reseña de “Lo bello y lo triste” de Yasunari Kawabata)

 “—¿De modo que pensabas en eso? ¿Por qué tienes que preocuparte por una cosa así, a tu edad?

—¡Porque no soy tan tonta como tú, que has pasado veinte años enamorada de alguien que arruinó tu vida!”

Mientras me daba un respiro luego del shock que me produjo la lectura de Daisuke, antes de iniciar con la lectura de La puerta (ambas de Natsume Soseki), decidí regresar a Kawabata con un libro que una fuente muy fiable me había recomendado hacía ya varios meses: Lo bello y lo triste. Así, tenía suficiente curiosidad, habiendo sido tan favorable la impresión que me dejó la lectura de La casa de las bellas durmientes, y habiendo iniciado en el conocimiento de la obra del autor con La bailarina de Izu.

😎Recomendaciones para la lectura (sin spoilers):

Kawabata tiene una prosa que, si bien es hermosa y suave, está llena de símbolos. Por ese motivo, lo ideal es estar muy atentos a detalles particulares que, en este caso, están inmersas en el arte (la pintura) y la naturaleza: infinidades de referencias al color, al paisaje, a las flores, etc. El resto se va descubriendo con naturalidad, y proviene, básicamente, de las actitudes, modos e interacciones entre los personajes, a quienes hay que saber “leer” debido a que, en general, este tipo de prosa no suele interiorizar en el pensamiento o la personalidad de los sujetos sino apenas en lo necesario.

En cuanto a la trama, me ha parecido un manejo interesante, así que vale la pena hacer la lectura. Creo, incluso, que es un buen libro para conocer a Kawabata, si aún no han tenidon  el honor.

👀Resumen de la novela:

‘Sarusawa Pond in Nara’
- Koitsu Tsuchiya (1930's).
Es una novela que insiste constantemente en los recuerdos del protagonista, Oki Oshio, pasados sus cincuenta años, así como de los de Ueno Otoko, quienes habían sido amantes hace muchos años. Para aquel entonces, él contaba con poco más de treinta años, mientras ella tenía sólo quince.

Independientemente de su matrimonio, Oki se relacionó con Otoko durante aproximadamente dos años, hasta que ella quedó embarazada. Al momento del parto perdió a su hija, lo cual le generó grandes problemas a nivel de salud mental, adicionalmente al hecho de reconocer que Oki no tenía el propósito de separarse de su esposa para casarse con ella. Incluso, estuvo internada en una institución psiquiátrica durante varios meses al haber cometido un intento de suicido, motivo que llevó a que su madre decidiera trasladarse con ella a Kioto (la historia transcurre originalmente en Tokio), en vista del inminente fracaso de todo el asunto.

Oki, escritor, basado en la historia que vivió con Otoko, escribió una novela llamada Una chica de dieciséis, en la cual narraba muchos acontecimientos particulares mediante los cuales se justifica la manera en la que ella marcó su vida, a pesar de su corta edad (libro que, evidentemente, fue leído por ella), obra que tuvo gran acogida entre sus contemporáneos y fue muy elogiada por la crítica. Hay una parte del libro que es especialmente cruda, en la cual se relata que Fumiko, la esposa de Oki, quien hacía algunas labores de edición para las obras de este, conociendo que se trataba de la historia de su amante, decidió, igualmente, hacer el mismo trabajo para esta obra.

Si bien ella, desde hacía tiempo conocía acerca de la infidelidad de su esposo, se sometió a este tipo de tormento para conocer, de primera mano y mientras se le rompía el corazón, lo que había sucedido (al fin y al cabo, era algo que no podía pasar invisible a sus ojos). A pesar de ello, el matrimonio continuó tranquilamente, la pareja tuvo otro hijo y Oki no volvió a saber nada de Otoko durante un buen tiempo.

Ella se convirtió en pintora años después y, al aparecer en revistas, Oki se enteró de que estaba viviendo en Kioto. Así, con la esperanza de verla nuevamente, Oki usó como pretexto la idea de ir a Kioto a escuchar las campanas de la medianoche en el fin de año, y la llamó al llegar. Ella accedió a verle, a pesar de comportarse de modo bastante reservado y tratando de evadir estar a solas con él. Se dice que ambos reconocieron, sólo con sus miradas, que aún se amaban tanto como antes. En cuanto a Oki, transcribo el siguiente fragmento:

“Oki no sabía lo que ella podía haber sufrido, ignoraba las dificultades que debía de haber superado; pero su éxito le produjo profundo placer. Un día encontró un cuadro de ella en una galería. Su corazón dejó de latir. No era una exhibición de sus obras; sólo uno de los cuadros le pertenecía: el estudio de una peonía. En el extremo superior de la banda de seda había pintado una peonía roja. Era una vista de frente de la flor, en un tamaño superior al natural, con pocas hojas y un único pimpollo blanco en la parte inferior del tallo. En aquella flor enorme creyó ver el orgullo y la nobleza de Otoko. Lo adquirió inmediatamente, pero como llevaba la firma, decidió donarlo al club de escritores al cual él pertenecía y no llevarlo a su casa. En la pared del club, la tela le causó una impresión diferente de la que le había causado en la abarrotada galería. La enorme peonía roja parecía una aparición. La soledad parecía brotar de su interior.”

Y, frente a los sentimientos de Otoko:

“El tiempo pasó. Pero el tiempo se divide en muchas corrientes. Como en un río, hay una corriente central rápida en algunos sectores y lenta, hasta inmóvil, en otros. El tiempo cósmico es igual para todos, pero el tiempo humano difiere con cada persona. El tiempo corre de la misma manera para todos los seres humanos; pero todo ser humano flota de distinta manera en el tiempo.

Al aproximarse a los cuarenta, Otoko se preguntaba si el hecho de que Oki siguiera dentro de ella significaba que esa corriente del tiempo se había estancado, en lugar de seguir su curso. ¿O acaso la imagen que ella conservaba de él había flotado con ella a través del tiempo como una flor que avanza aguas abajo? Ella ignoraba cómo había flotado su propia imagen en la corriente de Oki. No podía haberla olvidado; pero, sin duda, el tiempo había corrido de manera diferente para él. Las corrientes del tiempo nunca son iguales para dos personas, ni siquiera cuando son amantes…”

Otoko tenía entonces una discípula: una joven mucho menor que ella, llamada Keiko, a quien se le describía como una mujer muy agresiva, bastante apasionada, radical y obstinada, además de hermosa y talentosa en la pintura. Así, además de ser su aprendiz, también resultó siendo su amante. Ella estuvo presente, entonces, en el momento del reencuentro de los viejos amantes y notó, evidentemente, que aún quedaban restos de la pasión que hubo entre ambos, lo cual la llenó de indignación y de temor.

Decidió entonces que deseaba vengarse de Oki porque, además de ocupar aún el corazón de su amada Otoko, le había herido profundamente al haberla abandonado cuando era joven. Así que, todo lo que viene a continuación parte de los sucesos que se dieron a partir de este propósito.

“—Está bien así —la detuvo Otoko—. ¿Quieres decirme ahora por qué hablas de venganza?

—Tú sabes muy bien por qué.

—Yo nunca he pensado en semejante cosa. No la deseo en lo más mínimo.

—Porque todavía lo amas… porque no podrás dejar de amarlo mientras vivas. —La voz de Keiko se ahogó—. De modo que quiero vengarte —concluyó.

—Pero ¿por qué?

—¡Yo experimento celos a mi manera!”.

El primer paso fue tratar de seducir directamente a Oki. Y lo logró. Pasaron una noche juntos y, en el transcurso de la misma, Keiko confirmó que, en realidad, Oki seguía sintiendo amor por Otoko (dato curioso: Keiko le impidió tener contacto con su pezón izquierdo).

Al regresar a Kioto, esta le comentó a Otoko que había logrado seducir a Oki (cabe resaltar que Otoko nunca estuvo de acuerdo con la venganza que tanto deseaba Keiko y que tuvieron varias discusiones debido a este tema) y, después de una conversación supremamente incómoda entre ambas, esta última percibe que algo extraño había sucedido en Keiko a partir de la noche que pasó con Oki, lo cual se evidenciaba, incluso, en su estilo para pintar.

El segundo paso fue iniciar con lo pertinente para seducir a Taichiro, hijo menor de Oki. Este viajó a Kioto con la excusa de hacer una exploración relacionada con sus estudios universitarios, mas siempre tuvo en mente volver a ver a Keiko (a quien tuvo la oportunidad de conocer anteriormente, antes de que esta sedujera a Oki). Logró también su cometido (dato curioso: Keiko le impidió tener contacto con su pezón derecho).

Para terminar, había obligado a Taichiro a que le prometiera ir a pasear en una lancha (haciendo ya directas alusiones a lo que iba a suceder).

“Al salir de la piscina, Keiko alquiló una lancha e invitó a Taichiro a acompañarla en su paseo por el lago.

—Está oscureciendo —señaló él—. ¿Por qué no mañana?

—¿Mañana? —Los ojos de Keiko se iluminaron—. ¿De modo que te quedas?… No sé qué ocurrirá mañana. ¿No tengo razón? De todos modos, cumple esta promesa. Regresaremos enseguida. Quisiera estar a solas contigo en el lago por unos minutos. Quiero que nos abramos paso a través de nuestro destino y que flotemos sobre las aguas. El mañana siempre se nos escapa. Vayamos hoy. —Lo arrastró de un brazo—. ¡Mira cuántos barcos navegan aún! —lo animó”.

La escena siguiente a ello presenta a Keiko, medio muerta y sedada, en una cama en el hotel, luego de haber sido rescatada de un accidente en lancha. El cuerpo de Taichiro no había sido hallado.

💗Conclusiones:

Me encuentro con una lectura tan encantadora como las que había hallado en Kawabata en las ocasiones anteriores. Una cantidad de recuerdos, de nostalgias llenas de trasfondos infinitos, rodeados de miles de colores (que es lo que más adorable he encontrado aquí debido a la viva descripción que se hace de la pintura, de los colores del paisaje, de lo que evoca mediante la luminosidad cada fenómeno de la naturaleza, de la variedad de flores –muchísimas- que se mencionan en momentos muy particulares), y de las sensaciones tan particulares que se evocan entre todas las posibles combinaciones: la crueldad, la ternura, el rencor, el amor y la sexualidad desfilan y se entremezclan para dar unos resultados de intensidad altísima si se lee esta obra teniendo en cuenta, paralelo a la trama, la representación de todos esos modos en que se configuran las relaciones y las emociones humanas.

“Aun cuando era la época en que los cerezos estaban en flor, era muy poca la gente dispuesta a visitar el lugar con lluvia. Ésa era otra de las razones por las cuales Otoko amaba la lluvia. La brumosa lluvia primaveral suavizaba el perfil de la montaña que se levantaba más allá del río y la embellecía más aún. Tan mansa era la lluvia que las dos mujeres apenas si advirtieron que se estaban mojando, mientras caminaban de regreso al coche. Ni siquiera se molestaron en abrir los paraguas. Los delicados hilos de agua se perdían en el río sin alterar su superficie. Las flores de cerezo se entremezclaban con tiernas hojas verdes y los colores de los árboles florecidos se esfumaban en la lluvia con matices sutiles.”

Así, siendo que el eje que le da forma a toda la historia parte de la venganza, esta se puede interpretar de muchísimas maneras, siendo que, al final, hay que preguntarse varias veces, en realidad, a qué obedeció que todo llegara a darse de ese modo, y qué tan planeado resultó siendo cada acontecimiento. Todas las figuras y la estética que hubo detrás de esas personalidades y cada una de sus historias, es lo que lleva, en medio de tales juegos de colores, a un final que se dibuja y se desdibuja a la vez. Al fin y al cabo, el arte siempre depende de la subjetividad…

© K. Sánchez (01/05/22)

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