Reseña de “Los sufrimientos del joven Werther”, de J. W. von Goethe

 

No es coincidencia el hecho de que este año ya tenga dos lecturas de Goethe (Clavijo fue la anterior), pero lo que me parece más gratificante y curioso es que tomar nuevamente “Los sufrimientos del joven Werther”, después de haberlo leído hace media vida, me ha dado una grata experiencia (todo gracias a mi compañero de lectura, quien lo propuso para la discusión).

💘Mi primera lectura (preliminar, sin spoilers):

Una adolescente con un trastorno depresivo no especificado se refugia, cuando su mente se lo permite, en los libros, para evadir un momento la carga del mundo real. Se le enreda este título en la biblioteca, pues había tenido alguna referencia favorable del autor en su clase de literatura.

Se encuentra con un romanticismo mucho más digerible que el de María, de Jorge Isaacs (aquellas lecturas obligatorias del bachillerato), y no tarda mucho en sentirse identificada. Si bien la adolescente no se rasga las vestiduras por temas de romance, la expresión del dolor, la angustia y la desesperación de Werther le llega hasta el alma. Muchas referencias le llevan, inevitablemente, al llanto, y entiende que, al menos, no es ni ha sido la única persona en el mundo en sentir este tipo de sensaciones.

“Dios sabe cuántas veces me voy a la cama con el deseo, incluso con la esperanza, de no volver a despertar, y por las mañanas abro los ojos, vuelvo a ver el sol y me siento miserable”.

Así, me recuerdo a mí misma lo importante que es sentir empatía al leer, pues este simple rasgo puede hacer el camino para que un libro guste o no a su lector, pues mi veredicto de aquellas épocas sobre esta novela estaba en un nivel de 5/5, haciendo referencia, supongo que exclusivamente, al modo en que me casé con su contenido.

En conclusión, Werther es una historia bonita para quien guste del romance y de la tragedia en su más pura expresión. Veamos qué obtuve en mi relectura.

👀Mi segunda lectura (no resumo, pero está lleno de spoilers):

Ya con algo más de madurez y con un contexto totalmente diferente por parte de la joven-adulta lectora, primero comento a quienes leen mi reseña que esta historia está inspirada en algún episodio de la vida de Goethe. Este fue un autor alemán que, como se puede apreciar en esta novela, fue una de las máximas figuras del denominado “Sturm und drang”, movimiento artístico que dio paso al afamado romanticismo.

El contexto de la lectura se da, en correspondencia con lo anterior, a razón de un amor imposible: Werther se enamora de quien le dicen que, ni por el carajo, se vaya a enamorar, porque es una mujer comprometida. Y, nada más decirlo, a los dos minutos el hombre quedó encantado con Charlotte, una jovencita que, con el fallecimiento de su madre, había quedado encargada de sus pequeños hermanos. Y él ya no tenía vida más que para ella:

«¡Voy a verla!», exclamo por la mañana cuando me despierto y, lleno de alegría, contemplo el hermoso sol. «¡Voy a verla!». Y en todo el día ya no deseo nada más. Todo, todo se cifra en esa expectativa.

Según pude interpretar al inicio del texto, Werther se había alejado de la casa de su familia para ir a un pueblo lejano y con un ambiente más tranquilo, debido a lo que yo considero que podía haber sido algún trastorno de carácter nervioso –o depresivo- que hubiese presentado con anterioridad. Lo intuyo por algunos detalles iniciales de la narración.

Señalaba como fundamental tener claro lo que mencioné acerca del Sturm und Drang porque esta novela tiene todos esos elementos que hacen gala de la emocionalidad, con independencia del racionalismo que se marcaba con enorme fuerza en aquella época, así como de la moral común. En varias ocasiones en las que Werther tiene discusiones con otros personajes, deja clarísimo su carácter pasional y transgresivo; esa vocación tendiente a las emociones, como, por ejemplo, al hablar con Albert (casualmente, el prometido de Charlotte):

«Pero eso es algo completamente diferente —repuso Albert—, porque un hombre que se deja llevar por sus pasiones pierde el juicio por completo y se le considera un borracho, un loco».

«¡Ay, vosotros, los juiciosos! —exclamé riendo—. ¡Pasión! ¡Embriaguez! ¡Locura! ¡Qué tranquilos estáis, sin compasión, vosotros, los virtuosos! Censuráis al bebedor, despreciáis al insensato, pasáis de largo como el sacerdote y dais gracias a Dios como los fariseos por no haberos hecho como a uno de ellos. Yo me he emborrachado más de una vez, mis pasiones nunca han estado muy lejos de la locura, y no me arrepiento de ninguna de las dos cosas, porque a mi manera he aprendido que de todos los hombres excepcionales que han hecho algo grande, algo que parecía imposible, siempre se ha dicho que eran unos borrachos y unos locos. Pero también en la vida cotidiana es intolerable tener que oír prácticamente a todo el mundo exclamar ante una acción libre, noble, inesperada: “¡Este hombre está borracho! ¡Éste está loco!”. ¡Avergonzaos vosotros, los sobrios! ¡Avergonzaos vosotros, los sabios!».

«Ésta es otra de tus locuras —dijo Albert—, tú lo llevas todo al extremo y, al menos en este asunto, no tienes razón al comparar el suicidio, que es de lo que estamos hablando ahora, con grandes acciones, puesto que el suicidio no se puede pensar que sea otra cosa que debilidad. Claro que es más fácil morir que soportar con entereza una vida llena de penurias».

Ahora, conociendo Werther que Charlotte estaba comprometida, no optó por alejarse de ella sino, al contrario, permaneció fiel a su lado (sin preocuparse mucho por el futuro), siendo visitante asiduo de su casa, amigo de sus hermanos y cercano también a su padre y a Albert. Posteriormente, la relación con él se volvió difícil (este conocía sus sentimientos por su prometida); la vida de Werther, como tal, empieza a complicarse cada vez más a razón de su manera extremista y vehemente de ver y sentir el mundo y las relaciones en la sociedad (algo que podría verse como si fuera un sujeto afectado por un trastorno límite de la personalidad, peeeerooo… vuelvo a traer a colación la bandera del Sturm und Drang, abogando para que no se le juzgue desde la racionalidad).

Se ve entonces cómo el protagonista empieza a decaer y, tal como suele pasar en casos de depresión, sufre el efecto bola de nieve que arrasa con absolutamente todo. En un momento, para tomar cartas en el asunto y enfrentarse a su destino de no tener posibilidad alguna con su amada, decide irse a hacer su vida en otro pueblo, muy a su pesar. Allí las cosas tampoco funcionan y termina regresando, ya totalmente perdido y desesperado:

“¡Trepar una escarpada montaña es entonces mi alegría, abrir un camino a través de un bosque infranqueable, a través de los zarzales que me hieren y las espinas que me desgarran! ¡Así me siento algo mejor! ¡Algo!”.

En un momento de la narración, se relata que Werther conoció a un criado que, al haberse enamorado de su patrona, decidió cometer un asesinato. Es muy ilustrativo conocer sus pensamientos al respecto, ya que, así se haya tratado de una conducta muy extrema, él decía entender los motivos del criminal y no le juzgaba por haber cometido tal acto. Esto lleva a pensar que, probablemente, Werther habría sido capaz de llevar a cabo alguna acción semejante.

Hay un punto muy interesante y es, justamente, una de las razones que me desencantó de la novela (la bajé del pedestal en el que la tenía). Si bien la historia inicialmente se entiende mediante cartas que Werther envía a Wilhelm (un amigo que nunca apareció), hay un momento en el que la narración deja de ser en segunda persona y pasa a tercera: llega un narrador omnipresente a mitad de la historia para terminar de contarla, y sigue agregando algunas cartas ocasionalmente. Esa estrategia no me resultó satisfactoria ni adecuada estilísticamente.

Acerca de los sentimientos de Charlotte hacia Werther, aquel narrador salido de la nada comenta que, si bien Albert y Charlotte conocían los sentimientos de este, no habían definido exactamente cómo tratar el asunto: Werther era un amigo de la familia y Charlotte no tenía corazón para pedirle que se alejara, aparentemente. De todos modos, me resultaban extrañas sus muestras de afecto hacia él y la condescendencia con la que lo trataba y, efectivamente, hacia el final del libro hay un pequeño episodio en el que ella admite para sí misma sus sentimientos hacia él, mas no es capaz de cambiar el estado de cosas en el que se encuentra.

Después de dicho encuentro, Werther hace los preparativos correspondientes para acabar con su vida: salda sus deudas, escribe algunas cartas, visita ciertos lugares y toma prestada un arma de Albert, la cual le fue proporcionada por las mismas manos de Charlotte, quien, seguramente, temía lo que vendría después.

“Dile a mi madre que tiene que rezar por su hijo y que le pido perdón por todos los disgustos que le he ocasionado. Porque ése era mi destino, afligir a aquellos a los que sólo debía alegría. ¡Que te vaya bien, queridísimo amigo! ¡Que te vaya bien!”.

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La narración del suicidio es desgarradora y, coincidiendo con mi versión de hace media vida, he llorado a más no poder. Cada una de las escenas que se pintan son totalmente conmovedoras.

😎Para finalizar:

Linda historia para conocer los elementos de la narrativa del Sturm und Drang y adentrarse un poco en el romanticismo y el naturalismo del siglo XVIII. La forma de narrar es hermosa, muy sentida y emocional; imprime mucha fuerza en los paisajes, sentimientos y situaciones que revela. Es un libro lindo y adecuado para conocer a qué se parece la depresión.

Un lector poco empático, con gusto por las acciones inmediatas y que no se sienta cómodo con disertaciones de carácter emocional y las descripciones típicas del naturalismo, no se va a sentir cómodo con esta historia. Alguien que no se meta en la época y en el movimiento literario tampoco va a resultar convencido.

Mi veredicto para la relectura fue de 3/5 (¡Cómo cambia la perspectiva!).

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